Cuentos bajo la almohada: octubre 2018

Latidos hacia la luz. Video en Time Lapse.

Los pasos, las búsquedas, los tanteos, los abrazos, los nacimientos, los despertares, los estremecimientos: el ritmo invisible de las plantas. Su silencioso latido foto a foto, unidos para que podamos entrar en su secreto.

Recuerdos líquidos





No sabía quién era; qué hacía allí; dónde estaba. Apenas podía moverse, y sus escasos movimientos eran lentos y pesados. El agua le inundaba por completo, y a través de ella percibía una confusa luz rojiza, rodeándole. 
Su sueño era interrumpido, una y otra vez, por un ritmo de fuelles. Y un reloj. Un reloj que sonaba denso y grave, potente, parecía ir contando el tiempo que le quedaba:
uno, dos, tres, cuatro... Ritmo insistente y tenaz, penetrando y recorriendo su piel, su mente.
A ratos, experimentaba mucho calor, hasta que le vencía un grato sopor. Entonces notaba algo similar a una mano de luz, acariciando su cabeza. Escuchaba voces. Voces ininteligibles en lenguas extrañas, de otros mundos aún sin imaginar. Cuando callaban, notaba un arrastrarse de sillas, un bullir de cañerías; cristales chocando, estridentes bocinas  y hasta pájaros; pero todo ello le llegaba lejano, confuso, como un sueño. En ocasiones, risas locas viajaban hacia él, y también  llantos, lágrimas calladas. 
Aquel vacío triste que sentía al terminar los sonidos ¿era la soledad? Y aquella sombra que presentía acercarse a través del agua que le rodeaba, ¿era el miedo? ¿Era placer la suave sensación del líquido caliente que acariciaba su piel?
Un día encontró las respuestas a todas sus preguntas. Ese día, una masa informe y pesada empezó a aplastarle. Oprimía cada uno de sus miembros. Experimentó asfixia, y luego un terror galopante. Se vio impulsado por una violenta erupción que le empujaba, quemante, dolorosa, lacerante.  Su propio desgarro se fundía con agudos gemidos de muerte que desde afuera estremecían las paredes de su prisión. Parecía el final, la destrucción.  A nada podía aferrarse y resbalaba, resbalaba por un angosto túnel hacia un abismo desconocido.
Inesperadamente, cesó el dolor. Se hizo el silencio, y cayó blandamente sobre unas manos. Respiró por primera vez el aire, entre luces blancas. Y unos brazos enormes acallaron lo que reconoció como su propio llanto. Su pecho se posó sobre otro mayor, cálido, como en una suave almohada de vida. Y recibió, entre asombrado y anonadado,  la bienvenida del amor.