Cuentos bajo la almohada: febrero 2021

Nuestra propia música. Reflexiones poéticas y fotos

 

Volarela

 

 NUESTRA PROPIA MÚSICA

 

 No sabemos nada.

 A lo mejor soy de niebla y mañana estoy allá, convertida en una gota de agua, sobre un pensamiento del prado.

 Nada sabemos de nuestro existir... Sentimos punzadas húmedas, inspiraciones.... como pequeños croares en la charca de nuestro sueño.

 Y pasamos por la vida, como la niebla, acariciando las cosas de soslayo; empapando con nuestras vocecillas de nata las hojas de los árboles, conscientes de que un día la noche nos cerrará los ojos, nos llevará de la mano, y nos dará de su pecho lácteo.

 Nos cruzamos... unos con otros (nieblas con nieblas). Los labios neblinosos de nuestros corazones se besan. Y seguimos bulliciosos después, como los torrentes, sin saber hacia dónde nos llevarán estos abrazos de hilo blanco.

 

  Volarela 

  

Avanzamos vaporosos, ufanos, felices..., o lacrimosos y heridos, impregnando nuestra baba de caracol por el cosmos,  sin saber que nuestra cristalina estela va dejando una canción que no oímos... Hasta que un día subimos muy, muy alto, y alguien nos dice que escuchemos con atención nuestro propia música: todo lo que fuimos; todo lo que hicimos; todo lo que dejamos.

  Y nos sonará a campanillas de nieve, o a bocinazos de bus, o a trombones de oro, o a violines rotos, o a cencerros grises, o a platillos amarillos, o a flautas de agua, o a rebuznos mágicos, o a una orquesta completa...

  Y nos asombraremos de las innumerables ondas que fueron dejando nuestro pasos ciegos por la niebla. 

 

***

 

Fotografías y texto: Maite Sánchez Romero (Volarela)

Fotos del Pirineo (España), en días neblinosos

 

   

 


A qué suena el silencio... (meditación en prosa poética)

 

                                                                                               Pintura: Sorolla

 

EL SONIDO DEL SILENCIO


El silencio ¿a qué suena?

La montaña parece preguntármelo mientras los pinos dialogan con la brisa.

El silencio tiene el sonido de las orugas replegadas en sus capullos. Suena al calor tibio de las manos enlazadas una noche de tormenta. A veces canta una elegía verde y solemne, como el mar en aquella fotografía del estante…

El silencio tiene el sonido de la lluvia detenida en la mejilla, escurriéndose por la comisura de la boca, la cual quiere hablar… pero calla, porque la armonía le ha besado los labios.

El silencio es un clamor de huellas de cisne sobre la nieve…

El silencio huele a pelo de niño y tiembla como una tela de araña en el viento…

Hoy el silencio lleva el aroma inmaculado de las flores del almendro.

Reposo entre sus troncos curtidos y pausados, y comprendo por qué la savia no hace ningún ruido en su ascendente caricia; y por qué los pájaros se aman en silencio. 

 

*** 

 

Prosa poética de Maite Sánchez Romero (Volarela)


La ninfa en el muro

 


 

 Hoy nos propone Mónica realizar un texto a partir de palabras al azar, eligiendo aquellas que nos sugieran algo. 

 He elegido "Ninfa en los muros", (en este caso, la palabra "ninfa" tiene el significado de insecto)

 En el blog de nuestra compañera Mónica encontraréis las demás participaciones: 

https://neogeminis.blogspot.com/


 

                                      

                                             NINFA EN EL MURO

 

 Desde el orificio subterráneo contempló el vuelo de un grupo de efímeras en su ritual de cortejo. Batían el aire con sólo un fin; amarse y morir. Antes habían sido ninfas engendradas en la tibieza del agua. Fueron obedeciendo las reglas de la vida y mudaron su piel una y otra vez hasta llegar a un cielo ignoto y placentero.

  A Erika, lanzada a una mazmorra oscura y húmeda, se le ofrecía la escena como un flautín haciendo tirabuzones en sus lágrimas. Pensaba en sus escasos quince años; y en la inminente muerte, a dentelladas de fuego en la hoguera, que para ella preparaban ya las tristes y deformes almas que la llamaban bruja.

 Imaginaba el fuego iracundo llegando hacia ella con su ansia de crecimiento. Miraba su piel, entregada y traicionada; sus manos… ¡las mismas que habían curado a tantos! Toda su vida ardería ante los ojos duros del mundo, como un papel inservible, despreciado.  Llevaba estremecida muchas horas, sudando, atrapada, pensando en el fuego, porque a la muerte no la temía, pero sí al atroz mordisco de las llamas. Acercada a un ventanuco por el que le llegaban las palpitaciones del mundo exterior, escuchó el olisqueo  de un perro que merodeaba cerca. Después, le penetró los oídos el  canto roto y estridente de un gallo joven, todavía torpe en dominar las armonías del poder.  Imaginaba afuera la mano madrugadora, tierna  que amasaba un pan; el horno frío despertando a la vida poco a poco, igual que los hombres que salían al campo helado mientras la sangre les bullía alegre y en paz... Escuchó el crujir de las hojas socas. Alguien se acercaba con paso lento. Luego sonó un maullido débil, lamentoso. Sonrío; sabía que un gato sentía su presencia más allá de los muros.

Cuando te van a matar, la vida cobra dimensiones gigantescas y te salpica más y más con sus mares de belleza. Pensó en el don extraordinario que se le había concedido al nacer: sólo observando un tiempo, obtenía el por qué de los fenómenos;  el secreto oculto de cada cosa y sus relaciones con las demás. Pero además, su percepción le permitía penetrar los cuerpos; ver los órganos, las enfermedades y sus causas. Por ello se convirtió en la mejor curandera de toda Munich.  

Sin embargo, su inteligencia topaba con una montaña descomunal, opaca y negra: el por qué de castigarla por ayudar a los demás.

  Volvió a contemplar a las efímeras, felizmente concentradas en sus vuelos nupciales, a través del minúsculo ventanuco de la prisión, cuando a su espalda notó una leve presencia: una ninfa de efímera permanecía estática sobre el ennegrecido muro.   Erika, sorprendida, le dijo con el pensamiento:

 “¿Pero… qué haces ahí todavía?, ¿tienes miedo?, ¿por qué no vuelas ya como las otras?”

 La sentía vulnerable, diminuta, fragilísima, exactamente igual que ella, atrapada y sola en una fría pared, a merced de los brazos del terror.

 El sol estaba ya en su cénit. Pronto vendrían a por ella. Sus dudas, su pavor, parecían dibujar sombras inquietas, nerviosas, por las paredes. Voces internas, exaltadas, en lucha, comenzaron a alternarse dentro de su mente:

  —No encuentro mi poder. ¡Estoy perdida!

  —No. Concéntrate. Piensa. Observa…

  —Pero la luz me distrae, ¡quiero gritar!; no comprendo el porqué de todo esto...    

  —No importa. Ese porqué no te pertenece. Vuelve a tu mundo, trabaja, respira hondo, sabes cómo hacerlo…

  Afuera, un labrador pasaba, cantando una vieja tonada popular.

—La vida me abandona.

—Concéntrate, —se volvía a decir a sí misma—, como las efímeras lo están, sólo centradas en su vuelo.

  Sentía un frío extremo para poder pensar. Pero con el esfuerzo que sólo la desesperación aporta, empezó a sentirse alienada con su verdadero propósito. Miraba intensamente a la ninfa* como un plano sobre la pared con instrucciones, repleto de símbolos.

—Concéntrate.

—No. Duele.

—No importa. Más, más, más.

— ¡Ah, qué dolor…! ¡Es terrible!

—Tú sabes que es así. ¡Sigue, sigue, es la ley…! —se decía gritándose a sí misma, implacable.

  Estaba creciendo tanto por dentro que pensaba que iba a estallar. Gritó desde las entrañas, como gritaría la madre tierra al parir la primera célula que dio origen a toda la evolución… Y luego, la paz tomó la forma de su verdadero cuerpo. Cesó todo el dolor. Se parió a sí misma. Ahora, volaba, inmensa, completamente libre...

  La hoguera estaba dispuesta. La muchedumbre aguardaba morbosa. Cuando los carceleros abrieron la mazmorra, encontraron el cuerpo semitraslúcido de una hermosa muchacha, completamente vacío por dentro. Y a sus pies, la finísima carcasa abandonada de una pequeña ninfa de río. 

 Sin duda, pensaron los hombres, es una bruja: una bruja extraordinaria.



 *Ninfa es el estadio juvenil de un insecto, antes de pasar a la metamorfosis y transformarse en adulto. 

Brasa y niña (poesía de amor)

 

 
 
· ·
 

Para ti, mi dulce amor

 

 

BRASA Y NIÑA 



Mis pasos hundidos en tu corazón como árboles de fuego,

te dicen...:

Te amo.

Y tu aliento,

rizando el lago de mi alma,

se hace eco:

"Te amo, te amo..."

 

El roce de tus manos inunda de flores mis caderas extasiadas,

y hacia el fondo de tus ojos yo me abismo

con una exhalación de mares...

 

Me ardes en las lágrimas internas;

me arde tu crepúsculo entregado,

mientras cabalgamos,

en un caballo de soles derretidos.

.


Mañana, envuelta en claridades, 

sobre mis tiernas cenizas de luz,

abriré los ojos,

y aparecerás...

con un fresco ramillete

de risas amarillas.

Y me harás niña, amor...

Niña riente,

pura y feliz como un arroyo,

entregándote

el dulce otoño de mi boca.


*

 

Poesía: Maite Sánchez Romero (Volarela)



Siciliana, Gabriel Faure

Quimera. Este jueves un relato

 Quimera: Monstruo fabuloso que se representa con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón.

Texto inspirado en la idea de un ser fantástico o mitológico, ofrecida por nuestra compañera Mâg

                                                    

                                          UNA QUIMERA

 

  M. José pensaba que tenía un nombre demasiado común para lo que ella era. Le hubiera gustado más Naunet, Maat, o Nuit, pero se conformaba; así también con su rostro de escoba gastada, sus manos encallecidas y su imaginación capaz de transformar lo vulgar en jade.

  Se tocó la tripita. Sonrió con destellos solares en los dientes. Entonces notó un río inquieto que llamaba por la puerta inferior de su cuerpo. Lo dejó salir. En el hospital dijeron que aquel niño parecía más un cachorro de león que un bebé, peludo, peleón y rugidor como una noche de truenos. Mª José, con el corazón más tierno que una col de bruselas hervida en vino, se lo llevó dando gritillos de felicidad. Todos los días le afeitaba la carita para que no hablaran mal de él. A los tres años, al empezar la escuela, le brotó una cola encantadora de dragón. Pero la madre era consciente de que su gusto no era compartido, y hacía cuando podía por ocultarla bajo el pantalón, aunque a veces se escapara, sacándole la lengua a los niños más crueles. A los cuatro comenzaron a canviarle las uñas por pezuñas y su espalda buscaba con insistencia la curva cuadrúpeda. La feliz M.ª josé vio en su niño la más hermosa quimera imaginable, y llegó a la conclusión, que siendo ella virgen, su muchacho sólo podía haber sido el fruto de su platónico y quimérico amor con el dios Orus, al cúal le rindió su cándido corazón desde niña.

 Cuando al fin el pequeño caminaba a cuatro patas, lo disfrazó de extraño perro con carita de león, abrigado con un chalequito de lana, por lo que nadie notó nada cuando lo sacaba a pasear. Para sus ojos de obsidiana seguía siendo el niño más bello que había visto. Sin jamás pretenderlo, M.ª José, se fue ganando la animadversión del barrio; aquella rara mujer y su perro (con el agravante de la sospecha de haberse desecho del hijo) cada día era más despreciada, hasta el punto de que alguien colocó veneno en el trayecto que solían seguir aquellas patitas semihumanas junto a las de su diosa. Y cuando la mujer vió agonizar a su pequeño ser, decidió despedirse de todos. Guardó en una cajita que llevaba el ojo de Orus estampado, su mayor secreto: la criatura, tras cada comida, había estado excretando bolas de oro puro. Con él había transformado su chabola en palacio, pero eso no lo vieron hasta encontrar los cuerpos yacentes en el interior de una hermosísima y riquísima estancia en la que ambos semejaban verdaderos faraones embalsamados. Sobre la caja con los tesoros había un cartel bellamente escrito en papiro egipcio: “Dónese a los más pobres de este triste mundo”.

  Y así fue cómo apareció en mi buzón aquella maravillosa bolita dorada que parece el excremento de una cabra. Y si se mira bien, tiene hasta un mágico escarabajo incrustado. 

                                                                                 ***