Cuentos bajo la almohada: octubre 2022

El amor de su muerte

«A mí nunca me ha parecido el otoño una estación triste. Las hojas secas y los días cada vez más cortos nunca me han hecho pensar en algo que se acaba, sino más bien en una espera de porvenir».


EL AMOR DE SU MUERTE

Para mi sorpresa, el día que me enterraron comprobé que ya no tenía peso. Esa misma noche, salí al exterior al ritmo de una cautivadora música. Había al lado de mi tumba una mujer de unos cuarenta años metida en un saco de dormir. Tenía ojos de pavor, pero era ella la que había puesto esa música, quizá para serenarse. Posiblemente estaría cumpliendo con alguna apuesta de valor... Los ojos de la mujer fueron siguiendo los brillos compulsivos de mi alma. La saludé. Pero otro ser atrajo mi atención... Parece mentira que una encuentre al amor de su vida en estas circunstancias... Se quitó el sombrero de copa y de él cayeron montones de hojas otoñales. A mi mente llegó el pensamiento -no imagino cómo- de que aquel hombre sólo podía ser cálido como un abedul en otoño. Me gustó. Con un gesto de su brazo, me invitó a bailar un vals, y es curioso, pero la orquesta comenzó a sonar desde su propio cuerpo, al girarse... No pude resistirme; el baile es mi pasión. El caballero estaba impecable, a pesar de haber atravesado todo el montón de tierra que cubría su lápida. Dejaba ver un alma brillante y esplendorosa como la melena de un león. Giró varias veces, iluminado por una luna sorprendida con ojos de plato rococó... Y luego me rodeó con las gruesas lianas de sus brazos... Pero yo me solté, e impulsada por una loca fuerza bailarina comencé a claquetear en el aire… Y él me siguió. Y las estrellas nos siguieron… Y los grillos aceleraron sus notas de cristal hasta atropellarse y romperse a golpe de pura risa por la hierba.

Extasiados y alegres, casi no nos dimos cuenta de que salían veinte o treinta almas más de sus féretros. Pero no estaban tan felices como nosotros.  Angustiadas, chocaban unas con otras como avestruces despavoridas, sin saber adónde ir.

Entonces llegó la gran presencia: un ser radiante, y alto como la estatua de la libertad, que llevaba una camiseta con las palabras: “Orientador de almas”. Una puerta a rayas negras y amarillas apareció sobre el ciprés más serio del cementerio. Se abrió y proyectó la luz cegadora de unas doscientos mil luciérnagas, que además echaron a volar por la oscuridad del cementerio, locas de alegría. El Orientador fue haciendo una larga cola con las almas, ya más calmadas, y empezó a llamarnos, uno por uno, por los nombres que llevábamos escritos en el corazón. Nosotros dos nos agarramos bien fuerte. No necesitábamos ni una palabra para saber que estábamos más unidos que el h2O y queríamos seguir así de pegados. Pero cuando llegamos al dintel de la puerta, el gran ángel nos dijo que mi puerta era otra... Miré a mi espalda y, en efecto, vi una nueva puerta de color melón, en la que ya había dispuesta otra fila de almas. La dama del saco de dormir lo contemplaba todo. Estaba indignada, como yo.

Como si mi reciente amor y yo nos leyéramos el pensamiento, echamos a correr cogidos de la mano, entrando por la puerta amarilla y negra, y resbalando después por un larguísimo túnel de metal por el que resonaba un loco saxofón. Íbamos precedidos por un bonito ejército de abejas de luz.

Ahora estamos en un gran jardín, sin suelo, bailando como posesos un insonoro charlestón. (No parece que haya ángeles guardianes por aquí...)

Espero que nos perdonen la infracción... ¡Pero a nosotros no nos separa ni Dios!

 (Además, aquella del saco de dormir ya tiene una nueva historia para contar...) 

***

Encontraréis historias más serias y acordes al otoñal e inevitable decaimiento hacia la muerte... en Vadereto Octubre


Un fuego en octubre. Relato breve

                                       

                     Imagen de Valentin en Pixabay



                                                   UN FUEGO EN OCTUBRE   


 

    "Como un autillo sobre un abedul miro el horizonte.

El vencejo de mi ruego se golpea contra las nubes rojas del otoño.

Contemplo aquellos niños en el caminito viejo. Cantan canciones olvidadas. Ellos son flores que abren su perfume en la tarde; luego se alejan, con sus burbujas de luz, hacia la tibieza de un hogar que los acoge... Un gato los sigue mientras los cipreses acallan suavemente su verdor.

Allá, en aquella casa, parece que escucho, muy quedamente, una guitarra. Sus cuerdas desprenden notas cárdenas, a veces dulces, a veces heridas... Nadie sabe adónde irán a parar...

Como nuestros pasos, siguen cauces impredecibles. Ahora, aúlla un perro; y su lamento se pierde entre la humedad de los castaños.

A veces, sólo quisiera olvidar. Ser efímero y olvidadizo como la niebla que tararea sobre los prados. Rozar con mis dedos el agua verdosa que no espera nada...

Octubre fue el mes en que ella desapareció. Siempre, cada año, con la caída de las últimas hojas, caigo yo también.

Hay tumbas donde yace el olvido de uno mismo, pero es mejor no mirarlas.”

Abelino escribía estas melancólicas letras en un cuaderno lleno de tachones y manchas de tinta. La vela se le acababa de apagar, y sólo quedaban unas llamas lentas en la chimenea. La penumbra silenciosa de la estancia era muy grande, tanto como la holgura de su tristeza. En ese instante, una voz similar a la de su abuela muerta, resonó en su interior varias veces. No hizo mucho caso; estaba acostumbrada a oír voces. Pero ésta lo atosigaba, revoloteando como una mosca insistente:

“Sal afuera. Sal. Corre, corre... Sal. Fuera. Sal. Ahora. Ya. ¡Sal!”

 Al salir bruscamente, su reciente escrito planeó hacia las ascuas de la chimenea.

En el porche no había nada; sólo un frío violento. Miró al cielo. El parpadeo de una estrella fugaz se hundió en la ceguedad de la tierra; las flautas de los autillos escalaban la noche. Poco después, contempló una confusa silueta, cojeando en la penumbra del camino.

Ante él, una mujer con largo pelo de sauce en otoño y ropas raídas, acababa de presentarse.

Era su hija, desaparecida hace 10 años.

Sintió a lo lejos olor a humo, mientras estrellas muertas revivían a fogonazos por sus ojos.

Y en aquella lumbre callada de la habitación, cada palabra llorada sobre el papel se iba trocando en cenizas.


El trino que amanece (Estampa de amanecer)

                    



                                                    EL TRINO QUE AMANECE


  Mi sueño fue recogido por los ángeles de la noche y lo transformaron en una mariposa. La he visto alejarse con mi vida en sus alas.

  Y yo he despertado como un pollo abriendo el cascarón. 
Inspiro la paz vertical de un eucalipto. Mi respiración tiene color de amanecer. Expiro una palabra pronunciada por el sol.

  Un viento rasguea la grama con música de conchas. Tambores a lo lejos: son los caballos, levantando el polvo del futuro.
La niebla busca el corazón de los pájaros, y la tierra sonríe con sus suaves lombrices. Mi pulso escapa hacia el pentagrama de flores del nuevo día. ¡Oh, esta música...! ¿Cómo es posible?

  Me alzo desnuda bajo un cielo de trinos naranjas. Y una fina lluvia de pétalos solares se derrama desde las nubes hasta envolver mi piel con la pasión purísima de las rosas.

 Amanece; ha concebido el cielo su milagro. Y milagrosamente, también yo he amanecido. Me arrodillo. La luz señala entre la hierba un caracol de oro; trepa por mi dedo como un tirabuzón húmedo... Mueve sus cuernecillos tanteando mi existencia... Lo miro. Y siento que algo inmensamente dulce, desde el azul recién pintado del cielo, me contempla a mí... Y acaricia con sus nubes eternas mi garganta... 

 Y canto, junto a un coro universal, el trino que amanece a la vez en todos los tiempos.


Revuelos poéticos: Un instante...

                                                      Pintura: John Brett. 1858



 INSTANTE


La luna a mi lado, posada en mi hombro con aroma a quietud.

El sol a mi lado. 

El horizonte cuelga de mi pelo y se deshoja...

Mares y montañas a mi lado, observando la plenitud del instante que resbala como agua pura entre mis dedos.


***

En el desierto de su memoria. Relato (Amor)

 

                              


                                                EN EL DESIERTO DE SU MEMORIA

 

 

                                                                                             Las palabras significan

                                                                                            Vicente Aleixandre


 

Si voláramos como un águila y tuviéramos su visión contemplaríamos un magnífico panorama de colinas verdes, y entre ellas una mansión con un parque lleno de exóticos cactus. Y junto a las plantas, una anciana en silla de ruedas, pequeñita, gritando un nombre: “Demián”. Y si pudiéramos entrar por sus ojos moribundos, encontraríamos un ciclón aterrador derrumbando todos los recuerdos de su vida, excepto el de aquél hombre.

Su familia, ya irreconocible para ella, imaginaba que deliraba una vez más, llamando a un desconocido. Una embolia había inutilizado una de sus piernas y encendido la mecha de la demencia en su cerebro.

Pero Demián asomaba, con la fuerza de un saguaro gigantesco en el desierto de su memoria. Últimamente lo llamaba sin cesar, porque sólo él la había amado con la autenticidad y el calor de un sol; y los tres días pasados a su lado habían llegado a ser el faro oculto de su vida.

Entonces Adela tenía cuarenta y cinco años; él tan sólo veinte.

 Cifras, cifras sin sentido, pero que significan.

 

***

 

El muchacho había oído hablar de la filmación de una película en los alrededores del pueblo. Entre los vecinos hubo gran revuelo; sin embargo, él se sentía incómodo. Hollywood interfiriendo con su glamur azucarado en su mundo de polvo, sudor y rutina era casi un insulto. Desde muy joven trabajaba en el bar de carretera de sus padres. En aquel olvidado y abrasador rincón de Texas, donde no había cabida para los sueños, su carácter apasionado sólo era un remolino de polvo.

Pero Demián tembló nada más verla; un sueño inesperado tomaba la forma de mujer entrando por la puerta.

Aquel huracán rubio se aquietó poderosamente en una de las sillas; retiró un mechón díscolo de su cabellera, y colocó sus dos ojos penetrantes y gatunos directamente sobre él. Demián se acercó, servicial por fuera y absolutamente hipnotizado por dentro. Le hizo la pregunta formal del “qué desea”, y ella, tras admirar el hermoso oleaje de aquellos dos ojos azules, respondió suavemente, pero con fulminante elegancia  “sólo un vaso de agua”. Sin embargo el chico pudo escuchar: “sólo a ti”.  Para el intenso Demián el tiempo se frenaba en aquella voz, deshojándose en su mente. Antes y después existía la nada. Y en la nada futura, mientras se encaminaba hacia el vaso de agua, el eco de aquellos labios murmurando, de aquel ser maravilloso se colaba por los desprevenidos intersticios de su corazón, dilatándolo hasta el infinito.

Demián ya no percibía la realidad de la misma manera. Se retiró a la cocina y en un rincón, a solas, trató de ordenar sus emociones. Los ruidos de los platos y al fondo, en la sala, las desordenadas palabras de la gente parecían cubrirse de una espesa capa de tierra, hasta casi desaparecer. Pero una canción, que sonaba en ese instante en la radio del local, sí traspasó sus tímpanos. La cantante, desgarradoramente, repetía una y otra vez: “I'm calling you”. Y semejaba el maullido en plena noche de una gata en celo, intenso, irracional y desesperado hasta helarle la sangre. Trató de no prestar atención a aquellas tristes sensaciones, pero la canción penetró en su sangre con la misma intensidad que la fascinadora mujer.  

Tras aquel primer contacto, vinieron más palabras, miradas y diálogos que los iban enlazando paulatina, dulcemente. Durante tres días seguidos les acarició la felicidad como un sagrado dios. Sólo un beso final quedó de aquella ardiente proximidad; una inédita sensación en los labios de peces nadando por un sueño eterno.

Pero la despedida se cernía sobre ellos, como un águila con la angustia en su pico.

 “Era el fin. Demasiado mayor; hijos, esposo, deber, distancia, piedras, llanto, demolición…Imposible” Pensaba ella.

Él no podía despedirse, se hubiera clavado en medio de la oscuridad abrazándola para siempre.

–Te buscaré en silencio toda mi vida –le había dicho el muchacho al oído.

–Te recordaré siempre, pase lo que pase – respondió la mujer, separándose y rompiendo aquella tibia felicidad de sus rostros cercanos.  

Y el recuerdo de estas palabras les acompañó a lo largo de sus vidas separadas, como un guacamayo invisible en el hombro de cada uno; mudo pero constante.


***


La anciana y desmemoriada actriz, de pronto, ante la sorpresa de todos, se levantó de su silla de ruedas; fue a su armario con la energía de una jovencita y se puso un antiguo traje blanco, guardado con mimo por ella durante décadas. Sus huesos asomaban tristemente sobre el volante del escote. Veinte minutos después, Adela, toda excitada, corrió con su vestido de novia imaginario hacia la puerta, arrastrando su esquelética pierna inválida. Llamaron. Abrió. Lo sabía. Era él, el único que aún reconocería entre todos los extraños.

Demián, igual de firme a sus cuarenta y cinco años que entonces, igual de honesto y bello, se presentó como el nuevo fisioterapeuta solicitado por la familia.

La miró, reconoció en el rostro envejecido y ceniciento a la gata de hacía veinte años y recordó, súbitamante, aquella desgarradora canción. 

La anciana, incapaz de atrapar una sola palabra, balbuceó una frase inconexa, mientras una maciza lágrima rodaba por su mejilla hasta caer en la alfombra

 El sonrió, se arrodilló, y en un gesto ficticio de sus manos recogió la lágrima y toda la oscuridad que se cernía sobre ella.


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Relato inspirado en la canción:

I'm calling you (Te estoy llamando)




Ese hombre de gesto esperanzado. Micro reflexivo

 


Pintura de Nicoletta Tomas Caravia


 Quién es ese hombre?


Asfixiado, casi a punto de morir; con apenas unas horas de vida, la basura lo aplastaba; una durísima mano de mujer lo tiró allí. Había nacido del vientre de un ser hecho de piedras rotas. El bebé apenas podía llorar; la falta de aire era su primer alimento. En lugar de la dulce teta tenía un estercolero donde cada desecho informe parecía el poema de la crueldad humana. La luz de las farolas no quiso mirar; cualquier gato hubiera visto salir de ellas una angustia de neón huyendo por el pavimento.

Sin previo aviso, unas púas de dolor se clavaron en la tierna piel del bebé. El niño quería gritar, explotar definitivamente, pero en otro mundo. Sin embargo, no era la violencia, sino la caridad quien lo agarraba con los dientes. Un perro vagabundo había notado su pequeño olor humano a través de la inmundicia. Y saltó sobre el cubo. Y agarró a la criatura del bracito más desvalido de la tierra. Y lo lamió entero: manos, pecho, ombligo, cuerpo y alma. Tanto que el diminuto humano desnudo creía que volvía a nacer. Quedó largo rato sobre la tripa de aquel perro que lo chupeteaba sin cesar, limpiando todo rastro de dolor en él. Todo... dejándolo completamente vestido con las babas cálidas de la ternura, bajo unos ojos calmos que sin comprender nada eran capaces de darlo todo.

El niño creció marcado por la palabra “quitar” y por la palabra “dar”. Mas como la vida para él fue el regalo de una perra sin nombre, eligió dar... Por eso ves a ese hombre de gesto esperanzado y paso decidido, atravesando las sombras de hierro del dolor, salvando niños, salvando mujeres, salvando perros y gatos, y cerdos y bosques y hormigas...; salvando todo lo salvable en este mundo. 


...

Inspirado en un hecho real de una perra vagabunda  que salvó a un bebé de un cubo de basura.


***