Cuentos bajo la almohada: Un fuego en octubre. Relato breve

Un fuego en octubre. Relato breve

                                       

                     Imagen de Valentin en Pixabay



                                                   UN FUEGO EN OCTUBRE   


 

    "Como un autillo sobre un abedul miro el horizonte.

El vencejo de mi ruego se golpea contra las nubes rojas del otoño.

Contemplo aquellos niños en el caminito viejo. Cantan canciones olvidadas. Ellos son flores que abren su perfume en la tarde; luego se alejan, con sus burbujas de luz, hacia la tibieza de un hogar que los acoge... Un gato los sigue mientras los cipreses acallan suavemente su verdor.

Allá, en aquella casa, parece que escucho, muy quedamente, una guitarra. Sus cuerdas desprenden notas cárdenas, a veces dulces, a veces heridas... Nadie sabe adónde irán a parar...

Como nuestros pasos, siguen cauces impredecibles. Ahora, aúlla un perro; y su lamento se pierde entre la humedad de los castaños.

A veces, sólo quisiera olvidar. Ser efímero y olvidadizo como la niebla que tararea sobre los prados. Rozar con mis dedos el agua verdosa que no espera nada...

Octubre fue el mes en que ella desapareció. Siempre, cada año, con la caída de las últimas hojas, caigo yo también.

Hay tumbas donde yace el olvido de uno mismo, pero es mejor no mirarlas.”

Abelino escribía estas melancólicas letras en un cuaderno lleno de tachones y manchas de tinta. La vela se le acababa de apagar, y sólo quedaban unas llamas lentas en la chimenea. La penumbra silenciosa de la estancia era muy grande, tanto como la holgura de su tristeza. En ese instante, una voz similar a la de su abuela muerta, resonó en su interior varias veces. No hizo mucho caso; estaba acostumbrada a oír voces. Pero ésta lo atosigaba, revoloteando como una mosca insistente:

“Sal afuera. Sal. Corre, corre... Sal. Fuera. Sal. Ahora. Ya. ¡Sal!”

 Al salir bruscamente, su reciente escrito planeó hacia las ascuas de la chimenea.

En el porche no había nada; sólo un frío violento. Miró al cielo. El parpadeo de una estrella fugaz se hundió en la ceguedad de la tierra; las flautas de los autillos escalaban la noche. Poco después, contempló una confusa silueta, cojeando en la penumbra del camino.

Ante él, una mujer con largo pelo de sauce en otoño y ropas raídas, acababa de presentarse.

Era su hija, desaparecida hace 10 años.

Sintió a lo lejos olor a humo, mientras estrellas muertas revivían a fogonazos por sus ojos.

Y en aquella lumbre callada de la habitación, cada palabra llorada sobre el papel se iba trocando en cenizas.


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