Violín. La luz de la música que penetra el espíritu. Poema inspirado en Bach y una de sus partitas
Arte inspirador: Monet. Olas
OLAS
Revuelos poéticos: Cordero perdido
Pintura: John Brett. 1858
CORDERO
Un balido hiere el aire de cascabeles. Rebota tiernamente en las montañas.
La brisa silba su independencia mientras un águila planea...
Miro al cordero; él no lo sabe. Le soplo una sonrisa
de plumas. Y el azul de mis ojos se deshoja por su lomo.
Pero no lo sabe.
Bala, bala su angustia una vez más...
A lo lejos, su madre lo escucha
-retumba un latido entre los pinos;
retumban unos pasos por las rocas...-.
Las nubes se adhieren a la cima como mi mirada al cordero.
Pero él no lo sabe. La madre tampoco.
Ambos se están buscando.
***
©Volarela Julio 2022
Arte inspirador: El vacío
Pintura: Denis Sharazin
LA FORMA DEL VACÍO
Despertó. No podía moverse. La muerte tiraba de su mano con una succión devastadora. Luego de su brazo. Y de su pijama. Y de su cama. Y de su mujer en la cama; Y de su casa... Y de su madre, que en ese momento preparaba gachas... De su gato Ilu, de sus amigos, de su barco, de su bonsai, de su país, de su planeta Tierra... Todo su mundo entero fue tragado por la muerte.
Pero a él no se lo llevó.
Quedó flotando en el espacio, vivo, solo, contemplando en sí mismo la pavorosa forma del vacío.
***
Volarela 31/07/22
Viajes internos
Fotografía- Noell S. Oszvald
Viajes internos
He tirado ahí mismo mi pesada mochila. Estoy agotada. No puedo más. Me pesa el aliento (en realidad, es lo único que poseo). Noto que las piedras de esta yerta, desvalida sabana me llaman; me reclaman; me buscan. Pero yo... no puedo dar más de mí. Soy una nube de óxidos, una campana desafinada, el mal sueño de un lagarto...
Mientras me empuja el viento como a un harapo tendido en la nada, me concentro en una piedrecilla triangular, negra, que se acaba de colar en mi sandalia. Es un grito del suelo. Despierto de mi tórrido letargo. La tomo. Es muy suave. Y la naturaleza ha dibujado azarosamente en ella la diminuta forma de una mariposa. La acaricio sin saber por qué.
Miro hacia atrás:
un grupo de avestruces me contempla, con las plumas manchadas por la angustia de la huida: corren y corren, siempre están corriendo hacia atrás.
Un resto de sol dormita sobre la baba del caracol. Los brazos de las acacias se agitan con el viento. Parecen muy calientes, tiernos, plenos de aleluyas, ¡me están llamando...!
Miro de nuevo hacia atrás, nada puedo retener, siento un sentimiento violento de pérdida (Kaimos*). Ya casi soy una piedra mal tallada. Alguien casi me está labrando... soy yo misma.
Miro hacia adentro... Mi talla esperpéntica cobra nuevos ángulos y formas asombrosas. Siento vértigo por mis nuevos abismos. Y también éxtasis: estoy poblada de arcoíris tejiendo un tapiz perfecto y gigantesco, a espasmos de colores.
"Conócete: tienes mucho tiempo". Me dice un minúsculo petirrojo que acaba de aparecer. En el pico porta una gota de néctar que hace miles de años le pende, solitaria y profética... para mí.
Truenos. Escucho truenos. Cada segundo que pasa es un trueno compulsivo. Pero ahora... no temo al destino; me abro a él como una mariposa que enseña los dibujos de sus alas. Deja de tronar. Oigo el trote de mil caballos, pero no los veo, sólo siento sus jadeantes respiraciones. Vienen a mí. Me traspasan como un relincho ancestral. Ya no se oyen, sólo mi corazón expandido retumba inmensamente en el vacío. Y poco después, el vacío me responde... con otro latido, íntimo, de madre.
De una montaña comienzan a bajar miles de personas bellísimas, transparentes, reflejando todos los colores. Forman una larga cadena. Al llegar a mí, dos de ellas me toman las manos. Siento que me fusiono a la larga cadena y comienzo a elevarme, formando parte de una gran estructura geométrica, maravillosa. Es un nuevo cuerpo, que a su vez encajará en otra pieza aun mayor de almas, posiblemente dentro del cuerpo de una gran planeta, como si nosotros fuéramos uno de los pequeños engranajes de un descomunal reloj. Todo se pone en marcha. Comienza una danza singular, hermosísima, como un vals placentero, en comunión con todas las almas enlazadas. Sentimos los nervios de la Tierra, destellando en sinopsis; señales que nos traspasan a todos con su energía rebosante, pletórica, y que nos fusiona como si fuéramos el mismo ser dando vueltas alrededor de un centro invisible que palpita, y de algún modo... nos nutre. No puedo soportar tanto gozo, y de pronto, escapo.
Floto en el espacio con el peso de una pluma rosa: veo nuestra Tierra a lo lejos... Arde de belleza mientras gira amorosa, enamorada, alrededor del sol, que a su vez gira enamorado de otra estrella aún mayor... Y yo puedo contemplar, más allá de la vida y de la muerte, una dicha inconmensurable que dulcemente se expande sin cesar...
Cesa la danza, la contemplación.
Estoy de nuevo, caída.
De pronto, oigo el canto de un grillo, muy lejano...; pero también cercano, en mis propios oídos.
La áspera sabana ocre me rodea otra vez. La piedra negra en mi bolsillo está muy caliente. Pero no he soñado. Lo sé. Hoy voy a coger mis cosas y acostarme aquí, en mi helada tienda, como llevo haciendo los últimos treinta días de mi largo viaje a pie. Morirá mi conciencia un poco esta noche, con la luna y los alacranes; renacerá mañana junto a este grupo de baobabs. Sigo cansada. Hoy respiro con dificultad. Puede que yo sea como aquel río que se extinguirá en las arenas del desierto sin alcanzar el mar. Pero no me importa, porque mi viaje sigue más allá de lo que puedo percibir por este diminuto orificio de mi vida...
Infinitud es la palabra; se me deshace al pronunciarla.
***
*KAIMÓS, palabra griega que significa: Intenso sentimiento de tristeza, anhelo o deseo incapaz de satisfacer
Este post une dos retos, el de Ginebra: Varietés de Ginebra, al invitarnos a inspirarnos en el subconsciente y en una de las bellas fotografías y palabras que propone; y en el de J. Antonio, Vade Reto cuyo reto de febrero son los viajes.
***
VERSIÓN EN VOZ:
¿ExcEntricidades?
Imagen: Pinterest
Relatos de otros excéntricos...El tintero de oro. La conjura de los necios
¿ExcentriCIDADES?
Soy la que
soy. Aun no se mi nombre, pero todos se empeñan en llamarme Nínive. Pero esa no
soy yo. Hablo, escribo y firmo, pero no soy yo en realidad la que escribo. La
miro a ella; sus ojos azules me atraviesan con la dulzura de un cielo
derramándose en mis manos.
Me gusta salir en monoquini, aunque nieve.
Ya lo he dicho mil veces. No me adapto a este cuerpo; me sobra la ropa; me
sobra la piel. Dicen que carezco del sentido del ridículo; es posible; ya me
han detenido varias veces.
Pero es que me encanta hacer el ridículo; es
uno de mis hobbies. Suelo desafiar a la gente, pero no necesito abrir mi abrigo
a los desconocidos. Basta con que me muestre tal y como soy para que muchos se
escandalicen. Pensándolo bien... ¿Qué es el ridículo? ¿Es un gran ojo que me
observa, descalza por una montaña rusa? ¿Es sentir las miradas sobre tu piel
como dardos de mantequilla, untuosa....?
Hago mucho el ridículo, porque encima me río, de mí, de todo. ¿Por qué
no? No conozco el miedo.
Camino por la vida a contracorriente,
expuesta a las miradas con mi 1,30 de estatura, desafiante, y tan
aplastantemente libre como la verdad. ¡Me gusta!, aunque me apoden "la
enana de ojos de gata".
Me han llamado de todo por ser así: chalada,
excéntrica, rarita... Me lo puedo permitir ¡soy rica y libre! Otra de mis
chifladuras, dicen, es pagar a mis empleados mucho más que a mí, puesto que son
los que trabajan; no tener jamás servidumbre porque todos somos iguales ante el
sol; o regalar casas mientras carezco de ella, habitando en la desnuda
naturaleza. Me gusta permanecer callada días enteros persiguiendo las
relaciones atómicas de las cosas. Cuando uno calla, el universo habla.
Siempre he sabido que no soy pieza de este puzle.
Me molestan los oídos con prisas, el olor a pescado rancio de la mentira, los
raspas lanzadas de la envidia.
Pero insisto, estas palabras no son las mías.
Son de ella..., de mi gata Nínive, que me utiliza para contar todo esto. Así es ella cuando nos intercambiamos los
cuerpos.
No sé quién va a querer escucharnos, y aun
menos quién nos va a creer...
Somos inseparables, la quiero, su presencia
me cura... Yo también soy bien rara, aunque no tanto.
Insiste en que no se encuentra bien en ningún
sitio; tampoco envuelta en piel de angora y con un rabo abanicando el tiempo. Y
eso yo lo sé bien cuando soy gata (ella). Me vuelvo totalmente excéntrica; curo
a lamidos ratones enfermos, maúllo al silencio con silencios, y vago por las
noches guiando a los fantasmas. No es fácil tener la imaginación de un gato y
no poder hablar, y tener que expresar sólo con los ojos lo incognoscible. Pero
hay una ventaja que sólo encuentro siendo gata: puedo permanecer horas inmóvil,
en un estado de éxtasis inefable, sin que nadie se entere.
Somos casi dos gotas de agua, dos
excéntricas, aunque con diferente traje.
Sin embargo, esta vez, mi Nínive se ha
pasado... Y no lo puedo permitir. Anduvo quemando mataderos y carnicerías..., y
eso... No es el camino, mi gata..., acaba mal. Ya no entrarás más en mi cuerpo.
No, no me mires con ojos de cordero degollado... Se acabó definitivamente.
Llaman a la puerta. Fin. Es la
policía...
¡Dios mío, qué hago ahora! Tendré que
fingir locura temporal...
Nínive, pequeña mía, entra...
***
El abedul apasionado. Relato declamado
EL ABEDUL APASIONADO
Fue semilla una vez. Como yo, embrión en el vientre de mi madre, él, en el de la tierra, mamaba suavemente la humedad. Algo misterioso dentro de sí mismo le fabricaba diminutas raicillas, como a mí dedos de sangre, para aferrarse a los terrones que serían sostén y alimento. Le llevó mucho tiempo romper la coraza del suelo y asomar sus diminutos cotiledones a la hoguera de la luz, repleta de soberbios troncos, de esplendor verde, y de hojas libres susurrantes y perfectas. Él soñaba día y noche con un pedazo de cielo, que en lo alto, le agarrara las ramas, las más tiernas y tirara de él, llevándolo a un baile maravilloso inundado de trinos azules. Quería llegar hasta allí, pero era duro: las sombras de otros árboles abofeteaban sus tímidos impulsos de crecimiento. A menudo, sus recientes hojas, eran aserradas por los insectos, o bien, una granizada lo desgarraba al caer del grito helado de las nubes; las mismas que poco después, consolaban su dolor lanzándole gotitas puras y frescas.
Él era abedul, o así lo delataba su
estilizada figura recubierta de papel de luna y ojos negros que contemplaban
extasiados los mástiles del bosque y sus flamantes velas verdes.
Sí, abedul le llamaban: bailarín, delicado
con piel de plata siempre danzando hacia arriba; los cascabeles de sus ramas
atraían al viento y a los pájaros. Alegre, poeta, se sabía efímero, incapaz de
sobrevivir a los implacables rayos del tiempo. No obstante, luchaba con el
tesón de un dios por su pedacito de aire, luz y agua. Y mientras peleaba,
jugaba a trinar con los herrerillos y a rimar con el sol.
Creció muy cerca de un riachuelo que
arrullaba sus noches, junto a un búho solemne, fiel huésped de sus ramas. Era
tierna el agua del río; le refrescaba las raíces, los pensamientos, y le acariciaba
hasta la savia más profunda. Poseía una voz sonora, rítmica; a veces inocente
y alegre como un diálogo de niños; otras, fraternal como una hermana mayor que
lo cuidara… Aquellas aguas generosas lo impulsaban a crecer más de lo normal. Y
creció muchísimo, pero siempre delgado, apresurado, entusiasta, idealista, con
ese exceso de mimo y confianza que da la abundancia, hasta el punto de
proyectarse como un dardo hacia el cielo, queriendo probar la gloria de las
luces cenitales. Pero sus raíces eran más débiles que su deseo, y estaban
ancladas a una tierra demasiado inestable.
El riachuelo, una primavera de lluvias
compulsivas y feroces, creció hasta agigantarse. Y se comió locamente,
irracionalmente, como es el agua emocionada, toda la tierra que sostenía las
raíces del árbol. El abedul de risa sonajera se desplomó.
Ya no hay poeta en el bosque, ni adolescente apasionado, ni bailarín de largos brazos de luz. Sus raíces se retuercen inermes en el aire cual violín desafinado, aunque sólo el agua, el búho nocturno y yo logremos escucharlo al pasar por su lado. Estremece verlo así, tumbado, con apenas unas hojas verdes sobreviviendo en la derrumbada copa.
El
pequeño torrente, antes tan locuaz y dicharachero, ahora calla. Arrastra la pena de pasar,
necesariamente, cada día junto a él…
©Volarela
betula pendula
betula pendula
Fotos, texto y audio: Maite Sánchez Romero (Volarela)
(Las fotos fueron tomadas en un bosque de abedules del Pirineo catalán (España). En mis rutas pirenáicas a menudo encontraba árboles arrancados de cuajo debido a los aludes, o como en esta historia, a algún desbordamiento por fuertes riadas. Es bastante impresionante.)
Desierto. Prosa poética de la naturaleza
*Reedición (Volarela. 18/03/2012)
Historia de un abrazo. Relato breve
Pintura de Nicoletta Tomas Caravia, musa de este blog
HISTORIA DE UN ABRAZO
La colilla desprendía sola su ceniza en la esquina de la mesa. Ella estaba alerta por el timbre que acababa de sonar. Pocos minutos antes se estuvo pintando las escasas pestañas, estirados centinelas de unos ojos desvaídos y turbios, pero aún amantes apasionados de la luz de los días. Escuchaba a un canario gorjear por el hueco del patio interior. Aquel sonido tibio e inocente se inmiscuía sin pedir permiso en sus labios desgastados y trazaba en ellos el dibujo de una leve sonrisa. Había estado cepillando sus últimas piedras preciosas, los dientes; alisando los hilos de plata muerta de su pelo, y perfumando con rosas la flácida piel elefantina de su cuello. Estaba tan hermosa y feliz como puede serlo una dama de ochenta y cinco años. Miraba las venas dilatadas de sus manos. Por cada una subía y bajaba un bello recuerdo. Su niño volvía al fin de la cárcel. Era libre. Aquel niño una vez le acarició con curiosidad el pelo fuerte como el de una orgullosa yegua negra. Y aquel niño, como todos los niños, también durmió en sus brazos, con los ojos cerrados como capullos de seda que guardan el renacer de mariposas sin mácula. Era y sería siempre su Toni. No importa lo que pudiera haber hecho después. Un día pudo contemplar su corazón de lluvia blanda y bella, y eso no moría con las circunstancias. El pájaro desde su jaula trinaba sin juzgar a nadie. Sólo interpretaba la melodía que le saltaba incontrolablemente en la garganta. Ella era igual.
Su perro caniche la buscaba por la oscura casa. Cuando la vio sentada en el extremo de la silla del comedor, subió a sus piernas mecánicamente, sabiendo que siempre era bien recibido. Su pequeña lengua le surcaba la mano, como cálida riada de desierto.
La televisión del vecino reproducía un concurso. Las voces frívolas se colaban por las paredes empapeladas burlando la emoción pacífica de la mujer. Quiso olvidar el desorden de aquel vocerío irrespetuoso y encendió un cigarrillo. Acarició un llavero que guardó en el bolsillo de su chaqueta para entregárselo al hijo como regalo. Pasaban los minutos enredándose en sus pensamientos de humo tembloroso. Los cuadros parecían torcerse un poco de impaciencia; el perro comenzaba a gemir despacio para sí mismo, contagiado de las emociones apretadas de su ama.
El timbre del telefonillo sonó justo cuando el cigarro sin fumar dejó caer su bloque de ceniza. El perro ladraba con el frenesí de los girasoles de Van Goh. Al poco tiempo, el timbre de la puerta añadió su potente y vociferante existencia. Sonaba pletórico y viril, como un reclamo triunfal del mismo visitante.
Pasó el hombre, de mediana edad. Su abrazo la envolvió en un vendaval de lluvias fértiles y alegría. Le regaló el aliento contenido de muchos años; el vaivén de sus olas más escondidas. Y ella, como un río que encuentra su mar, se hundió en ese abrazo, llorando y mirando sólo hacia el profundo azul de la dicha.
Los designios de la Diosa son inescrutables.
Propuesta de J. Antonio de escribir una historia a partir de una situación determinada:
Un grupo de personas se reúne en torno a una misteriosa caja sin saber qué contendrá...
Aquí
La apasionante pregunta y sus respuestas
Todo es sorpresa. El mundo destellando siente que un mar de pronto está desnudo, trémulo, que es ese pecho enfebrecido y ávido que sólo pide el brillo de la luz».
LOS DESIGNIOS DE LA DIOSA SON INESCRUTABLES
Algatocín (Málaga)
—Mira mamá, un niño volando.
En efecto. Había un bebé volando, o más exactamente, cayendo
desde un paracaídas hacia la Plaza del la Fuente de uno de los muchos pueblos
cándidos y blancos que adornan la serranía de Ronda, Algatocín. Cuando se posó
en el suelo, delicadamente como una semilla de diente de león, el bebé sonrió,
desde una de sus orejas coloradas hasta la otra. Parecía reconocer su verdadero
hogar. Llevaba puesto un traje espacial completo; lo primero que hicieron los
sorprendidos pueblerinos fue tratar de quitarle el enorme casco. Los mofletes,
las orejas y la nariz aun se veían más colorados. La risa de la criatura fue
más larga que un milpiés en traje de baño, y todos los curiosos se echaron a
reír también.
La historia que hay detrás de este extravagante aterrizaje
es aún más pintoresca. El protagonista, bautizado por los algatocileños como
"Eldafuera", jamás la conocerá, o eso espero.
El niño fue expulsado de un planeta que gira en torno a la
estrella Rigel. Tiene el tamaño de Marte y la forma exacta de un soberbio y
descomunal televisor de 140 millones de km2. Así, como suena. Su inmensa
pantalla está emitiendo todo el tiempo mientras gira, no se sabe para quién o
qué televidentes astrales. Está completamente hueco, y dentro viven sus
habitantes: personas con cabeza de televisor. Sus cráneos también están
poblados por miles de personitas con cabezas de tele, que a su vez contienen en
sus pantallas más criaturas con... Lo dejo aquí, que me dan vértigo las
fractales. No sé si llamar humana a esta raza, aunque al menos lo parecen de
cuello para abajo.
Ellos se vanaglorian de la cuadratura de su testa al no
tener jamás quebraderos de cabeza. Es simple, llana, esa vida: basta con
encenderse y tomar el alimento diario de la programación de los demás. Uno
mismo trabaja menos de ocho horas organizando sus propios programas, que
ofrecerá gustoso a los otros compañeros, empezando por su propia familia. Los
contenidos vienen directamente de la gran Fuente Madre TVLáctea. El tiempo libre lo dedican a buscar programas
nuevos, o sea a conocer “gente”. Y eso es todo. ¿Sencillo, verdad? Nunca están
solos, no saben lo que es sufrir y duermen apagándose a la vez los unos a
otros. Siempre hay un último que no se apaga y vigila los peligros de la noche.
También existe el amor entre ellos: afinidades de programación que los hacen
dormir juntos sin consecuencias.
Pero la feliz rutina de una de estas familias se rompió una
tarde en que llegó un paquete. El recibir una gran caja es habitual al finalizar
el año. Cada varios años televisivos, las familias esperan ilusionados por
correo un nuevo miembro: un TvBebé. Viene en una caja, empaquetadito
directamente por la misma diosa MadreTVláctea (a la que todos veneran sin
haberla visto jamás, salvo por un tacón roto, que de vez en cuando deja caer
aquí y allá para convencer a los ateos). Aquella tarde, cuatro de estos
cabezones esperaban excitados y alegres el sonido del timbre (a ese fenómeno lo
llaman “La canción de la ilusión”). Pero los golpes en la puerta de entrada no
sonaron muy bien. Eran demasiado violentos, como si alguien quisiera echar la
puerta abajo. Los cuatro componentes de la familia, tío Casinodelasuerte,
Papapoli y los pequeños DavidGool y LaraDiario, comenzaron a sentir un miedo
visceral, como cuando veían películas de terror de aquellos monstruos que
llamaban humanos, de redonda cabeza peluda, rosa y blanda con cosas en medio.
Cuando, temblorosos, abrieron la puerta, vieron la caja en
el suelo. Se oía algo agudo dentro: goznes oxidados, berridos, dolor de
grillos… no sabían bien cómo definirlo. Estaban verdaderamente asustados. Y,
por supuesto, nadie se atrevía a coger el paquete (los hombres TV son muy
asustadizos). El tío CasinodelaSuerte cerró su pantalla para no mirar, y con un
arrojo tan impulsivo como efímero, agarró la caja y la dejó rápidamente sobre
la mesa del comedor, tras caerse y rajarse el cristal de la cara. Papapoli, al
fin, abrió el paquete. Todos inclinaron sus televisores en modo “Vista directa”
hacia el fondo de la caja. La realidad suele ser espantosa, pero esto resultaba
un espectáculo aún más horrendo. A los más pequeños los enviaron a la cama.
Envuelto en un trapo sanguinolento, reconocieron al monstruo
humano de las películas de terror que todos habían visto alguna vez a
escondidas. Era igual: la cabeza espantosa, llena de cosas vidriosas que se
movían; dos misteriosos agujeros negros soltando aire; y una gran abertura roja
con campanilla de la que salían los espeluznantes sonidos.
¿Se trataba de un error de la naturaleza?
La diosa, sin duda, se había equivocado de paquete... O no…
Quizá, pensaron todos, se les ponía a
prueba introduciendo en su realidad un personaje sacado de la misma ficción.
¿Madre TV, querría ver cómo reaccionaban ante lo imposible?
Los designios de la Diosa son inescrutables.
Esas eran las preguntas sin respuestas que les impedían
dormir (además de los gritos incesantes de la “criatura”). La paz se escapaba
de aquel hogar, así como de aquel mundo de cabezas cuadradas y pacíficas
correteando dentro de un cubo. Todo el planeta se revolucionó. La noticia de la
llegada del "Anticristo", como algunos le llamaban ("Mesías"
para otros) llegó al mismísimo OráculoTVPlus. Pero éste no vio nada bueno en su
pantalla kilométrica. Tras mucho tiempo, dudas y revueltas por todo el planeta,
intervino el Consejo Superior Interplanetario de modo drástico, ofreciéndoles
un vestuario interdimensional talla bebé.
Y el final de esta historia ya lo conocéis…:
Eldafuera aterrizó en
la Plaza de la Fuente de Algatocín, ignorante cual los tréboles de un prado,
con su pequeño trajecito espacial y una sonrisa de oreja a oreja contagiosa
como el sarampión.
***
Foto: Anna. FreepikDecenas de residentes de Glen Allen (Virginia) captaron
a un misterioso hombre repartiendo monitores de puerta en puerta. Lo más
curioso, él llevaba un televisor en la cabeza.
Besado por la nieve. Relato breve
Las entradas automáticas carecen de comentarios.
"Retazos al vuelo" Nov. 2021.
Dibujo de mi bella hermana Clara, que me inspiró este breve relato
BESADO POR LA NIEVE
Ahí justo fue. Paró el coche. Algo le detuvo en el mismo lugar donde ella desapareció de su vida para siempre. Miró, sabiendo lo que iba a encontrar: una curva negra como serpiente de alquitrán, y luego el puñal acre del abismo.
Algo le retuvo en aquella curva sin salida; quizás una lágrima enterrada que quería manar con todos sus cristales de sal, rotos. La noche era fría como un soplo sarcástico de la nada en su cara. Ni un sonido; apenas el eco de sí mismo al respirar. La soledad le acariciaba gélidamente, con el tacto de una moribunda luna que le quisiera cerrar los ojos. Salió la lágrima. Salió un derrumbe de dunas de azúcar... Aquellos ojos brillantes... (o sus labios, y su revoloteo de golondrina risueña al hablar…). Su querida esposa seguía tiernamente cálida entre las gasas del recuerdo, a pesar del tiempo transcurrido.
Pero aquí estaba su coche, la carretera, la noche dura y muda… su pequeña figura desdibujada, sus ojos como dos luciérnagas perdidas… Todo estaba a merced de los relojes del vacío.
Caminó unos pasos más allá del silencioso vehículo. ¿Había vida dentro de sí? Miró al cielo. Una gran nube lechosa, pesada como un oso, preñada de incertidumbre, se acercaba con lentitud. Luego, como si tuviera consciencia, se aglutinó serenamente y se nevó a sí misma, deshaciéndose en millones de hijos blancos. Los copos flotaban sin destino como minúsculos velloncillos de cordero por la negra inmensidad, iluminando a su paso la oscuridad con dulce tibieza. Algunos fueron a posarse limpiamente sobre él. Y sin saber por qué, una paz profundísima le rodeó como un abrazo inesperado…
Las diminutas estrellas en masa seguían cayendo, plácidas, cubriendo el instante de una quietud ancestral. Sintió que toda su alma se adaptaba suavemente a la perfecta forma de un cristal de nieve.
Y así permaneció, extático, en la cima del tiempo, entonando una secreta melodía con el silencio blanco de los copos.
Dejó de nevar. Cubierto de los pies a la cabeza por la nieve, sonrió, henchido de alada plenitud. ¿Qué significaba en su vida aquel roce del espacio infinito?
Avanzó hacia su coche; lo puso en marcha. Y el ruido del motor le recordó la contundencia de su presencia material. Pero el alba venía ya, blanca, niña y con ganas de jugar con los cerros morados del horizonte, y por qué no, con su alma recién besada por la nieve.
***
Texto de Maite Sánchez Romero e ilustración de Clara Sánchez Romero
Estas notas son como copos de nieve bailando sutilmente con el silencio hasta caer en el alma y llenarla de paz...