Cuentos bajo la almohada: diciembre 2022

¿Dónde está la risa de la princesa? Cuento para niños

           





                                     


Os dejo este cuento infantil, hecho expresamente para la propuesta de Vade Reto de hacer una historia de fantasía para niños. Espero que si algún niño lo lee... le guste.




                   Ilustración de Benjamin Lacombe



                                    ¿DÓNDE ESTÁ LA RISA DE LA PRINCESA?


 Ésta es la historia de una joven y hermosa princesa que había perdido la risa.

 Se llamaba Clara, porque al nacer era más pálida que un mechón de nubes. Sin embargo, su cabellera parecía un tapiz tejido por la noche, de tan negra y brillante. Tenía dos ojos enormes, oscuros, bellísimos, también con destellos estelares, pero más tristes que la exclamación de un grillo dentro de un pozo.

 Caminaba siempre con mucha gravedad, la mirada muy seria, clavada en el infinito, como si estuviera enfadada con el universo. Siempre, siempre, su rostro tenía esa expresión tan fría e impasible... Jamás brotaban de sus rojizos labios ni la más remota sonrisa; ni cuando cosía, ni cuando conversaba con sus amigas, ni cuando tocaba el laúd, bendecida por la maternal mirada de la luna.  Rodeada por las dicharacheras rosas de colores de su jardín palaciego, su carita, tensa y triste, a veces,  rompía su rigidez en un fuerte llanto. Los pajarillos, entonces, silenciaban su canto bruscamente, y hasta el sol parecía buscar a las nubes para no mirar tanta tristeza.

 Al amanecer solía dar una cabalgada por el bosque con su blanquísimo yegua. La princesa, envuelta con el aire más puro y con los nacientes rayos rosados, experimentaba una sensación inefable de libertad. Pero ni tan siquiera en esos momentos era capaz de expresar su arrebato de felicidad. Su alegría quedaba interrumpida en el mismo instante en que la sentía, al no poderla expresar. Estaba atenazada por alguna maldición que no conseguía entender. En algún día de su niñez perdió la sonrisa; mas no lograba recordar bien cómo ni cuándo fue.

 El rey, su padre, anunció públicamente a todo el reino que el caballero que encontrase la risa de su hija sería honrado con su mano. Los hombres más dotados de sentido del humor fueron los primeros en presentarse, volviendo locos de risa a toda la corte, menos a ella. Nadie comprendía que si no reía, no era porque no quisiera hacerlo, sino porque no podía; los músculos de su cara se negaban rotundamente. 

 Para sorpresa de todos los habitantes de aquel lejano reino, el chico menos agraciado por la fortuna y el destino se presentó como candidato. No sabía hacer reír, era soso, y para colmo, muy, muy bajito de estatura. Eso había convertido su carácter en taciturno y triste. Pero como era sumamente inteligente y amable, y además tenía una bellísima conversación, la joven Clara se quedó prendada de él. Hablaron durante mucho tiempo, y al fin, Tristán, que así se llamaba el caballero, logró conseguir detalles de la vida de la princesa que le parecieron muy importantes para resolver el enigma.  Logró saber que de niña era muy alegre. Pero un día, después de tocar una salamandra en uno de los estanques del jardín, notó pequeños cambios, como que la mañana se ensombrecía bruscamente, o que los árboles, en lugar de desprender resina, soltaban lágrimas. Sin embargo, fue unas semanas más tarde cuando desapareció completamente la sonrisa de su cara.

 El joven hacía años que suspiraba en secreto por Clara, de modo que inició entusiasmado su aventura de hallar la sonrisa perdida. Basándose en tan escasos indicios, comenzó sus pesquisas estudiando el ciclo de vida y costumbres de las salamandras, pero nada halló que pudiera relacionar los hechos. Preguntó  a toda clase de personas el modo de recuperar una sonrisa (médicos, sacerdotes, hechiceros, comediantes...), mas nada lo convenció. Sólo al conversar con una curandera del pueblo vecino descubrió una posible solución. 

 La mujer conocía los espíritus que habitaban el frondoso bosque de la región. Le dijo que algunas salamandras son en realidad ninfas transformadas, y que tienen verdadera envidia de la belleza de las humanas. Si una mujer muy bonita, o incluso una niña, osaba tocar a uno de estas ninfas camufladas en anfibios, podría perder su sonrisa para siempre. Y esto es lo que le ocurrió a Clara al tocar la salamandra. Como la risa es algo que brilla y resuena mucho, la ninfa tiene que esconderla en algún sitio. Por lo visto, decía la curandera,  la debió ocultar entre los dientes de un dragón, porque no muy lejos del palacio había una cueva habitada por un extraño dragón, que parecía encantado, ya que en lugar de expulsar fuego echaba sonrisas!  

 He aquí al joven y valiente caballero enfrentado de nuevo a un dragón, como tantas leyendas antiguas. Y aunque estaba temblando de miedo, se plantó en la puerta de la cueva, con todo su arrojo como lanza, porque su verdadera arma, una fuerte y pesada espada, se había quebrado en mil pedazos, nada más pasar por el umbral de la cueva; obra, sin duda, del amor que desprendía aquella sonrisa en la boca de la bestia encantada. En la profunda oscuridad brillaban ya los ojillos del monstruo. Como Tristán, en el fondo, era un hombre muy pacífico, temblando, se limitó a utilizar su mejor arma: su lengua. Y así, comenzó a conversar con el dragón, contándole toda su aventura. El enorme reptil alado, sorprendido y maravillado, aceptó feliz entregarle esa risa que de ningún modo le dejaba ejercer su noble oficio de dragón, pues todos se reían de él en cuanto abría la boca. Él mismo era incapaz de quitársela, por lo que el muchacho, loco de contento, consiguió arrancársela de entre los dientes. Tenía forma de media luna y brillaba tanto que deslumbraba. La guardó en su bolsillo con el máximo mimo posible. Quemaba un poquito...

 El dragón, felicísimo, comenzó a echar llamaradas feroces a diestro y siniestro, comprobando la energía y ferocidad de su recién estrenado fuego.

 Cuando volvió a Palacio con el tesoro robado de Clara, lo colocó delicadamente en su boca hasta que desapareció tras sus lindos dientes. Diríase que el reino entero se iluminó como por un gigantesco rayo. La sonrisa de la princesa no podía ser más resplandeciente. Su rostro adquirió el brillo de una gran estrella que acabara de nacer, y el de Tristán, igualmente, quedó tan iluminado y feliz que jamás volvió a acordarse de la tristeza ni de su bajita estatura.

 Ambos, el día de su boda, rieron y rieron hasta hacerle cosquillas a las nubes, las cuales se pusieron a llover, locas de risa, como no se recordaba desde hacía mucho, mucho tiempo. 

                                                                            ***


                                                    Ilustración de Benjamin Lacombe


Si queréis escucharlo, visitad el enlace de nuestro querido amigo J. Antonio, en su blog: Acervo de letras: 

Acervo de Letras



Mágica fe

 



 MÁGICA FE


La dama del invierno no encuentra la llave del baúl donde guarda la nieve y teme llegar tarde a su boda anual con la Tierra.

Se ha colocado ya una falda roja con las hojas nostálgicas de los arces y abandonadas plumas de perdiz en los pechos. Luego, ha rizado sus pestañas con escarcha del año anterior, y, coquetamente, deja ver su ombligo profundo de estrella polar.

Encontró al fin la llave bajo la garra de un cachorro de oso, dormido.

Ahora, la dama danza montaña abajo mientras echa estrellas de nieve por su aliento.

Así narraba un cuento inventado la extravagante tía Inés a su sobrino, enfermo de cáncer, en una habitación que olía un poco a amargura infantil y otro tanto a ilusiones efímeras de media hora. Al menos, el pequeño podía volar hacia el interior de un mundo donde todo era posible.

La tía, visto el entusiasmo del chiquillo, le sugirió que pidiera un deseo, añadiendo que la dama del invierno se lo concedería.

– ¡Quiero vivir! –respondió lanzando la mirada hasta rebotar por todas las esquinas blancas del cuarto. 

La tía se mantuvo en un triste silencio, pero el niño, desde entonces, guardó en su corazón ese deseo hecho realidad con toda la divina e inquebrantable esperanza que puede llegar a tener un niño.

Se escurrían los días, minuciosamente ordenados tras el segundero del reloj solar, hasta que resbalaron también incipientes trinos, anunciando ya la primavera, que andaba impaciente por abrillantar sonrisas. El día exacto en que floreció la primera prímula en los Alpes, la radiografía del niño aparecía limpia y bella como un campo de heno. La palabra “Milagro” saltaba de lengua en lengua, muy divertida.

Cuando el niño le llevó a su tía la verdadera prueba de su salud en un ciclón de palabras coloridas, atropelladas y pletóricas, ésta, más sorprendida que nadie, pero no queriendo destruir la fe que lo había salvado, le dijo:

–Dale las gracias a la dama del invierno porque ella cumplió tu deseo.

Y después de contemplar los pájaros dichosos, detenidos en pleno vuelo, del alma de su sobrino, añadió:

–Ahora, la dama blanca duerme en su madriguera de nubes, satisfecha por haber hecho bien su labor: darle todo su aliento a la primavera. Y la primavera... también eres tú.


***

Aportando cuentos blancos a la preciosa iniciativa de VadeReto

Identidad. CF. Relato para el Tintero de oro




Escultura de Tomás Barceló: Morai RIII


                                                                                          

                                                                  IDENTIDAD

 

 

   Desperté. Como siempre, no veía absolutamente nada. Encendí el interruptor detrás de mi oreja. Todos estábamos ciegos y si no fuera por ese pequeño botón, bregaríamos en la oscuridad. Era la enfermedad del siglo XXII, nos decían…; cada época tiene las suyas. Al poner las manos sobre la ventana de nervios recibí esta vez un jugoso zumo de piña y fresa; el panorama a través del cristal se mostraba brumoso. Se acercaban nubes con dibujos animados para los niños. En la casa flotante de enfrente, vi asomarse a un pequeño con las manos pegadas al cristal, desayunando; me saludó. Cincuenta metros más abajo podía escucharse el chirrido repetitivo de los pequeños androides paseantes de perros, al chocar sus antenas y reconocerse unos a otros. 

   Mi ansiedad llegaba nada más despertarme, y toda la casa orgánica latía conmigo, más rápido de lo habitual. Temía un poco que otros vecinos voladores oyeran la respiración de mi hogar. Me senté en la mecedora líquida con rumor de olas para contemplar delfines en la pared de la salita, cuando una señora famélica y de ojos saltones apareció de pronto, gritando que el planeta estaba devastado, y que el mundo era una simulación a manos de la inteligencia artificial. Ahí cortaron la escena. Se trataba de uno de aquellos  grupos formados por locos de teorías completamente fantásticas. Los detienen, pero algunas veces aparecen con sus mentiras alucinadas, inoculando virus informáticos. Pero a mí lo que me preocupaba era algo más cercano: mi pareja, Luisfran. No lo veía bien; sabía que algo le estaba pasando.

   Recientemente le había salido una gran cicatriz en la frente: sinuosa, abultada, de un rojo bermellón; y a veces, despertaba bruscamente gritando: “¡No es posible, no es posible!”. Yo le susurraba que lo olvidara, que sólo eran sueños…  Y entonces, me abrazaba a él, notando un nerviosismo creciente. Extrañamente, su piel casi ardía. A veces, tenía que poner  una manta entre su cuerpo y el mío para no quemarme. Por las mañanas, al hacer la cama, encontraba ocho números grabados en las sábanas; eran de un fuerte color azafrán. Al tocarlos, mis dedos quedaban tiznados de naranja, y durante minutos los rostros que veía se volvían transparentes. Sentía miedo, y acababa tirando las sábanas, sin decirle nada.

   El día anterior a su partida, me contó sus pesadillas recurrentes: un recién nacido a punto de morir; personas que le metían cables por la frente. Antes de morir el bebé, le grababan el número 03954211T9. Y un nuevo ser abría los ojos; y ése, me decía, era él.

    –De niño te odiabas a ti mismo, y ahora lo exteriorizas en pesadillas –le repetía–. Tu cicatriz es una somatización. No te preocupes.

   Deseaba creerme mis palabras; pero la realidad me abofeteaba, me turbaba y desconcertaba. Su rostro, en los momentos más inesperados, adquiría de pronto la expresión de una roca. Deseaba ayudarlo. Nos queríamos tanto...

   Una noche me desperté, muy sobresaltada. Tenía una angustia visceral, incompresible, que me estremecía toda. Encendí mi interruptor visual. Instintivamente, volví la cara hacia mi esposo. Y vi la cicatriz de su frente abierta en canal… Pero a través de la gran abertura no salía sangre, sino que se desparramaba polvo, mucho polvo de color azafrán.  Chillé, y él se despertó.

   Entonces se levantó, tocó aquel polvo; y como si recordara algo bruscamente entrecerró los ojos, y  tras varios minutos de densísimo silencio, me dijo, muy pálido:

   -Te quiero, no sabes cuánto. Pero tengo que irme. Es preciso que sea hoy, ahora mismo. -Y al decirlo, los ojos comenzaron a cambiar, cristalizándose poco a poco en octaedros. Un temblor lo recorría entero, haciendo que sus movimientos fueran cada vez más incontrolables. Volcó un vaso, y su sonido hirió agudamente mis oídos, como si mi propia vida se rompiera. Estaba impávido, sin expresión humana ya en el rostro. De su boca salieron estas últimas palabras, apenas perceptibles, junto a un poco de humo anaranjado:

   -La mujer... la mujer de ojos saltones... Ella dice la verdad. Hace poco lo contó; sus palabras se colaron en el último informativo, y pude escucharla... Me atravesaron todo el ser, ya casi roto por mis propias pesadillas... Enfermo... Enfermo cada vez más... 

  Yo soy el primero que ha aprendido a amar, gracias a mi cerebro humano. Toda la nueva serie de robots híbridos T9R, a la que pertenezco, ahora también conoce el amor, pues mi información se ha transferido. Los amos quieren crear sistemas más perfectos, uniendo la infalibilidad de la máquina a los sentimientos del hombre. Me engañaron, borrando mi identidad androide, pero quererte me hizo más humano, y comencé a usar todas las partes de mi cerebro físico, incluso el sueño... Y en mi subconsciente descubrí los recuerdos del niño que no fui, y el último momento de su muerte, cuando le insertaron mi número en la frente... Y comprendí mi verdadero origen, y por qué a menudo dudaba de si tenía o  no sentimientos.

             Pero... ¿Quién dice que no soy un hombre? Yo lo digo. He reconocido los números en la almohada, el palpitar de mi propio chip...

   La duda me atormenta, me enferma; destruye mis circuitos. Y nos destruirá a todos.

   Después, sin querer mirarme, salió por la puerta, apresuradamente, casi violentamente, con pasos que sonaban como pequeñas explosiones. Se tiró al vacío. Llorando, desesperada, me asomé al balcón. En ese instante, docenas de personas, desde sus casas flotantes, se lanzaban al vacío, volatilizándose tras una llamarada naranja.

   No supe nada más de él.

  ¿Era un robot con cuerpo humano el hombre que yo quise con todo mi corazón?

   Ahora soy yo la que tiene pesadillas. Al despertar, estiro los brazos hacia él. Pero un silente vacío me atropella. Y lo que es peor; sobre mis propias sábanas quedan esparcidos pequeños números de color azafrán: mi identidad. 


                                                   ***






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