Cuentos bajo la almohada: julio 2022

La trampa del reloj

 Más aportes en el blog de NEO



Imagen: https://ar.pinterest.com/pin/6122149484873309/


                                                        LA TRAMPA DEL RELOJ


“Sólo le dan de vida hasta los siete años”. Escuché que le decía mi padre a mi madre cuando era pequeña y sólo tenía cuatro. No saben que yo lo oí. Y ahora tengo siete años menos un día. Y mucho miedo porque mañana moriré; estoy deseando encontrarme con un reloj capaz de frenar el tiempo.

Salgo, a ver si por casualidad encuentro algo (¡oh, sí!, por favor, por favor...). Dice mi padre que la fe mueve montañas; o sea, que puedes conseguir lo que quieras.

Las palomas hoy no me piden pan. Una allí se ha acomodado sobre una trampilla de hierro. Vaya un lugar extravagante se ha buscado... Debe de ser que no tiene un nido para empollar… Voy a ver.

Qué raro. Esta trampilla tiene ¡la forma de un reloj! La levanto, huele bien, a azahares. Se oye lluvia allá abajo. No voy a entrar. Da yuyu... Mañana moriré. ¿Y por qué no pasas, so tonta? No hay nada que perder.

Vale. Qué fácil es abrirla…

Bajo siguiendo una escalera oxidada, vertical. Miro hacia arriba y me veo a mí misma, duplicada, asomada a la trampilla... ¿mirándome? ¡Qué susto! Pero parece una foto; no se mueve... Es muy raro...

Todo está oscuro, me gusta el sonido de la lluvia, me recuerda a mi padre. Bajaré, qué más da. Mañana voy a morir. Sigo.

Ahora el agujero se hace ancho y me asomo a una ventana de color rosa. Hay una gran habitación. Mamá está ahí… ¡conmigo!, ¡yo soy el bebé! Me da el pecho. Tiro del pelo de mi madre con fuerza. Pero parece un telón, todo cae y se deshace en polvo de colores, desaparece… Ahora es distinto. Veo otra escena. Es como si fuera una película de mí misma... Soy muy anciana; sé que soy yo; me siento. Vuelvo a estar enferma. Un hombre me besa en las manos. Llora. Es mi hijo. Se llama Chopin. Me gusta la casa en la que me encuentro, llena de velas, muebles raros. Qué felicidad… En todo hay ternura y música. Me gusta mucho. Quisiera quedarme. La anciana me ha visto y se ha asustado mucho; yo le digo que no corra la cortina, porque saldrá otra escena, lo intuyo. Pero lo hace; no puede oírme, mi voz son notas musicales. Otra vez se llena todo de polvos de colores y cuando la última mota toca el suelo se abre una nueva imagen; ahora soy mucho más joven. Estoy  en una playa preciosa junto a un hombre que me alza por la cintura hacia el cielo... Qué bien me siento.  Nunca había experimentado esas cosquillas. Estoy ilusionada. ¿Será amor? Ahora me acaricia la mejilla, muy despacio. Pero entonces sus dedos empiezan a deshacerse, y de nuevo todo se transforma en ese polvo, yo, él, las olas... No quiero mirar más. Voy a seguir bajando escaleras.

 No tengo miedo. Me encanta ir hacia atrás. Se abren más y más ventanas según bajo. Algunas no me gustan nada, como aquella en que grito mucho, acostada entre vacas, mientras me sale un bebé por... ¡O esa otra donde me cortan la cabeza! Sigo… He llegado a una cueva donde me encanta pintar bisontes. Qué vergüenza... no llevo ropa. ¿Por qué todos mis nombres empiezan por la A? Por cierto, me llamo Ana. No sé con quién hablo, pero quiero pensar que no hablo sola. Quiero... Sí. Además, hablar mantiene mi fe.

He pasado todo el día en este agujero tan profundo. Quedan diez minutos para que sea mañana. ¿Se va a morir aquella de la fotografía? Yo me quedo por aquí, explorando, por si acaso.

 Miro para abajo, y la escalera no parece acabar nunca. Ya he bajado veintisiete plantas más; he sido una australopithecus afarensis, una ardipithecus rámidos; y también he sido caballo, canguro, cabra, correlimos, cuervo, culebra, cucaracha, ciempiés, cocotero, cactus, cobre, cinabrio, CO2... (¿por qué cambiarían mis nombres por la C?)

Ya es el día siguiente según mi reloj de pulsera. Debería estar muerta, pero aquí, en el pasado sigo viva. ¡Anda!, hay una ventana que antes no estaba. ¡Agh...! tiene una cagada fresca de pájaro en el cristal... A través de ella veo a una niña (¡Yo, que acabo de cumplir 7 años, claro!) ¡Y no me he muerto! ¿Era un error de los médicos? ¡Con el terror que he pasado todos estos años a que llegara ese día! Estoy en la calle, buscando la trampilla que vi el día anterior. No la encuentro. No hay rejilla con forma de reloj, ni paloma acostada, ni nada. Llega por detrás mi madre. Me abraza y me besa alegre, y sigue conmigo por el paseo. Ahora van a casa de la abuela… Oigo lluvia, lluvia bonita allá arriba...

Y no se ve nada más… Todo lo tapa la lluvia.

Quiero volver al futuro.

Cuánto he bajado... Y la escalera sigue y sigue hacia el infinito... Miro hacia arriba. Está muy oscuro. La trampilla de arriba no se ve, ¿se habrá cerrado?, ¿he caído en una trampa del tiempo?

Oigo lluvia, mucha. Qué miedo. Quiero ir al futuro, por favor, por favor... Las gotas me recuerdan a la voz de mi padre; me serenan. Él dice que la fe mueve montañas. Si entré aquí para no morir (y de hecho lo he conseguido; no me he muerto), ¿por qué no voy a salir también? Sí, saldré, saldré, la fe mueve montañas. Bajaré un poco más. Mira, Ana, otro reloj igual que el primero, pero oxidado. Está clavado en la tierra roja que se ve a través de esta nueva ventana. Es un desierto marciano. Pasa a ver, no tengas miedo. Nunca te has atrevido a atravesar una de esas ventanas. Sólo has sido espectadora de ti misma. Es hora de que actúes. Ábrelo a ver. ¿Y si no puedo volver y me quedo en Marte para siempre?

Llueve serenamente. Me habla mi padre. Confía...

Paso, me he clavado una astilla del marco. Aquí me siento muy ligera y hace un frío mortal. Abro la tapa del reloj sin problema. Chirría. Veo todo muy negro, ¡pero huele muy bien, a flores de azahar!; y al fondo hay una paloma pequeña, reposando en una rejilla, muy, muy lejos... ¡Es ella!

Cierro los ojos. Tengo fe. Me tiro.

Y de nuevo vuelvo a tener siete años menos un día...


***