Cuentos bajo la almohada: noviembre 2022

Un cadáver en el ascensor


  


IMÁGENES NO APTAS PARA LOS VIVOS

 

Entré en el ascensor. Lo primero que veo siempre es mi figura al completo, pues tiene un gran espejo, que parecía pulimentado por el peso de los siglos. O sea, que brillaba mucho. Como cada día, antes del trabajo, le daba los últimos toques a la melena, cuando, cuál no sería mi sorpresa, la mujer que tenía ante mí era yo, pero con cara de muerta. Y no por no haber dormido mal ese día... No; estaba inexpresiva, completamente echa un fiambre. ¡Menudo susto me estaba dando el endemoniado espejo!

Después, subió un anciano con su perro; y lo mismo. Los dos tenían los rostros yacentes. Ya no podía más del miedo. Lo comentamos en el ascensor. No, no estaba loca. Él hombre  también percibía el fenómeno, y su perro, nervioso, comenzó a aullar. Lo hablamos también con la portera al salir, la cual me confirmo su terrorífica experiencia cuando lo limpiamos ese día; me dijo que todos los que bajaron por él, salieron más muertos que vivos tras verse en el espejo con esa cara azul recorrida por pequeños huéspedes sin patas.

Si todo hubiera acabado ahí… Pero tras volver de mi trabajo, confieso que muy temerosa de volver a usar la espantosa caja deslizante convertida en féretro, no pude hallar la puerta de mi hogar. Di trescientas vueltas y sospeché ansiosamente de mi cordura. Al preguntarle a un paseante por el número de mi edifico, me contestó que aquel bloque de apartamentos fue demolido hacía ya veinte años. Y como, obviamente, yo  no creo en fantasmas ni en tonterías de esas, y soy un rato cabezona..., sigo buscando mi puerta, siglo tras siglo.


***

 




Aunque yo no participé esta vez en este reto, os animo a descargar el libro gratuito en pdf que recoge todas las creaciones de mis compañeros para este desafiante y precioso reto: 

Un cadáver en el ascensor


Revuelos poéticos: La mentira

 

LA MENTIRA

Pintura: Jean Picazo



 

La mentira va coja
desfigurando a las almas de porcelana.
Va dejando un reguero de estrellas muertas
y flores de brea.

A veces, golpeo los cristales, pero nadie me oye.
Mi voz se hace susurro de alondra y se pierde.

Corro 
a tirar las mentiras por un barranco,
y escapan
 como vampiros hambrientos.

"No, usted, no lo crea.
No, mire, es todo mentira.
Por allá, por allá
van los cisnes de la inocencia..."


Y así doy vueltas y vueltas...
como la loca del tiovivo,
atropellada,
por el gran globo de la ilusión.


A veces quiero escapar
y beberme
las últimas gotas del amanecer.


*



El Menhir de la soledad. Relato breve



                                                                                                 

                                                             EL MENHIR DE SOLEDAD


                                                                       

                                                                      (Dedicado a Antonio Porpetta, poeta al que admiro)


  

Hacía mucho tiempo que él no estaba allí.

  Le pasaban informes, manaba el café y un rayo de sol se deslizaba por los folios a la misma hora cada día. Se esparcían por el aire, como polvo flotante, las palabras de la gente: “buenos días”, “hasta mañana”, “¡Vaya frío!". Todo pasaba sobre él sin dejar la menor huella: los etcéteras de la vida, los puntos suspensivos, las comas, las exclamaciones, los colores de aquel tren metálico con sus humanos interrogantes dormidos. Llevaban, muy serios, sus maletines, sus bolsos, su importancia, y sus preocupaciones como papeles arrugados.  No podía sentir todo aquello. Sí, "aquello" era la palabra; él estaba tan lejos...; se hallaba en lo alto de una gran roca, en mitad del mar.

 Al encender el ordenador, oía una gaviota pasando rasante sobre su cabeza. Al apagarlo, la luna dejaba caer una lágrima fría sobre su cuerpo desnudo y aterido. Tenía miedo sobre aquella roca, pero no podía bajarse de ella. Era una altísima roca, estrecha, sobre la que estaba de pie, fijado como un liquen; envejeciendo ante la mirada inmisericorde de las nubes. Condenado a la soledad.

  Las olas azotaban la base de su anacrónico menhir; el silencio se le iba introduciendo en el cuerpo hasta llenar sus venas con la angustia de la espuma que se dejaba morir allá abajo.

  Hacía tiempo que tenía esa visión superpuesta allá donde ponía sus ojos. Estaba clavada en su interior como una realidad paralela, como una sombra que le seguía. Vívida, real, le arañaba la vista y el alma. Y aún empeoró más cuando, en una reunión de trabajo, contempló un inmenso mar lleno de menhires como el suyo. Y en cada uno de ellos había de pie un hombre, una mujer, un niño, un perro, incluso una oveja con los ojos asustados… Era terrible, porque ninguno, allá arriba,  lograba moverse más de un palmo sobre la piedra. Algunos gritaban, otros dormían erguidos, otros rezaban, o soñaban o emitían desamparadas melodías como granos de polen sin destino. Eran... los solitarios engendrados por la vida. Ninguno miraba al otro, sabían que era imposible comunicarse entre sí, ya que un viento estruendoso de lamentos los envolvía cada vez que hablaban.

 Al terminar aquella reunión, llegó de noche a su casa, tan vacía y muerta como siempre. Miró por la ventana una calle sin vehículos, desierta y amarilleada por farolas apocadas. El ruido del motor de la nevera roía monótonamente el silencio. A través de la pared pudo escuchar tintineo de cubiertos, toses, gritos de niños, risas y palabras locuaces y entusiastas que se cruzaban entre sí. Las imaginaba cayendo como nieve dulce sobre un mantel recién puesto. Aquellas voces parecían venir amortiguadas por miles de kilómetros de tierra, de cemento, de murallas, de desiertos… Vida, lo llamaban, fluyendo por sus cauces naturales, impasible y exuberante. Desde que le seguía aquella visión de los menhires, su sangre, sus movimientos, sus pulsaciones se volvían más y más terrosos, hasta el punto de que temía petrificarse para siempre, haciéndose uno en aquel cuadro desolador.

  Errático en su sentir, se le ocurrió bajar a pasear. Comenzó a caerle una fina lluvia, serena y tímida. Sonrió. Se adhería a su piel como se adhería a las farolas o a los árboles;  sin dueño, indiferente. Sin saber porqué, llevado por una fuerza ciega como la misma lluvia, se arrodilló sobre un charco. Vio las gotitas hundirse en el agua y dibujar ondas que se expandían hasta desaparecer. Allí se dejó caer, llorando como nunca lo había hecho, hasta quedarse dormido.

 Al amanecer, abrió los ojos. Un perfume fuerte, rancio, plomizo, lo despertó. Le miraban unos ojos apagados y casi desaparecidos bajo la tiranía de unas pestañas falsas. Le hablaron unos labios manchados de carmín dibujados sobre un cutis agrietado, untado de crema y tristeza.

La mujer lo levantó. Penetró en los ojos de él tras mirarlo largamente como el que reconoce a un hermano. Rozó su mano sin querer, notando que era casi de piedra, como la suya.

  Cuando él emitió la primera palabra, ella sintió una leve conmoción en su corazón, una tibia ternura de río que encuentra a otro río y se fusiona con él.

  Sin darse cuenta, los dos habían conseguido saltar al mar desde su altísimo menhir.


***

(Relato incluido en la propuesta juevera de Mónica)

Carta de un hombre bueno. Micro para el Tintero

                                Imagen de alekcunder (Deviantart)
                              https://www.deviantart.com/alekcunder/art/Mirror-382109929



 

                                                                                                        Carta de un hombre bueno


   Querida Sara. Hace mucho que no te escribo. Aquí en la Tierra está pasando algo terrible. Hay una plaga. Todo el mundo tiene un clon. Y es maligno. Hemos destruido todos los espejos, y los cristales. Ya no queda una sola superficie reflectante. Aun así, ellos siguen ahí. Vienen a por nosotros. Suplantan nuestra vida y luego nos destruyen. Yo fui quien descubrió su origen espiando a mi vecino con los prismáticos. Pero más gente los ha visto nacer. Te miras una mañana en el espejo; y cuando sales a la calle, ya se ha creado. Se desprende del vidrio como millones de pequeñas esferas que se aglutinan hasta ser tú. Se relaciona con tus amigos, va a tu trabajo, visita a tu familia, pasea a tus niños…, y lo hace de tal modo que jamás coincide contigo. Son extremadamente malévolos: la peor versión de ti mismo multiplicada por 100. El caos y dolor que dejan en tu vida es indescriptible. Cuando se percata de que lo has descubierto, y dices a los demás que no eras tú quien hizo sus fechorías, entonces va a por ti y te aniquila.

  Por todas partes reina el caos, la iniquidad, el egoísmo. La gente se mata entre sí…

  Cada vez son más y más… han aprendido a clonarse a partir de tu mirada en las pupilas del otro. 

  No quiero mirar a la gente. No quiero verme ni siquiera en los charcos…

  Los rebeldes se están quedando ciegos. Se operan el nervio óptico. 

  Me uniré a ellos.

  Quiero seguir siendo un hombre bueno. 


Remolino de hojas de arce. Noviembre en VadeReto

 

                                      Imagen: https://www.pinterest.es/pin/2462974788451690/



                    EL REMOLINO

 

Aquí una fuente, manando como un líquido cristal en perenne ruptura. Allá, en el cementerio, la luz del atardecer recorriendo las tumbas, una a una, con sus cansados dedos amarillos. Los últimos rayos los dedica a las rosas marchitas sobre las tumbas, que encendidas por un instante, se ponen a gritar su antiguo esplendor. Anochece... Un piar muy quedo de gorrión, solitario, rojizo, se empieza a escuchar desde la mole negra de un ciprés. La noche echa su aliento sobre todos los colores, dejando un cuadro inacabado en grises y negros. La vida es eso; algo que nunca se define del todo.

En el interior de esta pintura, vemos una chica que llaman Sherezade, flaca, de pelo muy largo y naranja. Sus pies desnudos están fríos como las tumbas; pero su rostro es aun más pálido que ellas, incluso más la piedra bajo la luna, e igual de inexpresivo. Está mirando las primeras estrellas despuntar. Ahora se acuesta sobre una lápida, como si toda la vida lo hubiera hecho. Se ha quitado la ropa porque tiene mucha fiebre. A su vera, la estatua de un ángel, pide silencio desde su boca paralizada. La muchacha nota en la piel una mano húmeda; una invitación a  marcharse de allí; es la niebla, piadosa con forma de amiga. Pero se evapora, impotente.

Sherezade, con los ojos fijos en el firmamento, igual que dos tenaces y penetrantes agujeros negros, sólo deseaba absorber la noche... El gorrión sigue su ritmo de piares insomnes; cada vez más tímidos y más perdidos en la negrura. Ella traga más y más noche. Quiere olvidar. Cierra los ojos. Está agotada. Escucha, de pronto, un sonajero. No es un bebé… No, no hay nadie cerca. Es el sonido de la brisa estremeciendo los chopos. Ahora, la muchacha, comienza a delirar con grises ardillas. Y los chopos son voces cascabeleras que le dicen: "Te queremos. No te vayas ahora." Aparecen rostros amigos, manos que tiran de ella hacia la puerta del cementerio. Pero ella empieza a deslizarse por la caracola de su pasado. Ahora tiene diez años; recoge hojas de un viejo arce y juega a taparse con ellas. A su lado, Odell, de igual edad, hace lo mismo. Los dos miran el firmamento, tumbados bajo el gran tronco de arce. Se toman las manos, que parecen hojas rojas. Están camuflados entre la hojarasca como grillos felices. El viento sopla fuerte y se lleva todas las hojas. Ríen. Ríen de nuevo... Y sus risas son pequeños violines que suben y suben de volumen hasta despertar a Sherezade. Odell yace en esa misma lápida desde hace cinco años. Ella, allí, recostado, vencida, helada y enfebrecida, quiere contar las estrellas de color rojo, como cuando eran niños, pero de su boca sólo sale un beso. Es su última ofrenda; una mariposa que muere al salir de su boca. Los ojos lúgubres de la noche se acercan a mirar aquel cuerpo sin vida sobre la tumba, como un pétalo caído de jazmín...

 La luna es un espejo roto de una pedrada. El maullido de un gato en celo se desgarra entre los cipreses, como si se hubiera quemado. De pronto, un gélido remolino de viento eleva las hojas caídas del arce del cementerio, y comienzan una danza sigilosa, ondulante, casi una oración vegetal. Más arriba, en la copa del árbol, dos blanquísimas palomas están posadas cual dos gotitas de paz. La danza del viento y las hojas se hace más viva, jadeante, poderosa, sonora, casi triunfal. Las aves contemplan el colorido remolino que avanza hacia la tumba de Odell. Allí se colocan sobre la muchacha yacente y comienzan a formar una extraordinaria figura de hojas rojas formada por un joven a caballo, sosteniendo a una chica muy delgada sobre sus rodillas, la cual se agarra a su cuello. Las hojas giran sin cesar, manteniendo la forma de los dos amantes. Luego se alejan, cabalgando al ritmo de la música de las esferas.


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Más aportes sobre la muerte y lo fantástico en el blog de nuestro buen amigo Jascnet: 

VadeReto



El dulce aroma de las manzanas. Recuerdos de infancia. Poema recitado

 



De plumas. Revuelos poéticos



PLUMAS

De plumas está hecha la vida,
plumas que no vemos pero irrumpen en sueños
con un mensaje lírico, leve, afrutado...

Plumas con estrellas que no pesan,
plumas negras que surcan el espacio.

Plumas blancas sobre el lago de tu silencio.

Plumas cosquilleando la fresa de tu alegría,
plumas cayendo en un precipicio de luz...
plumas deshechas por la lluvia de otoño,
plumas verdes pegadas a tu espalda por un beso del verano...

Plumas marrones arracimadas en los nidos,
plumas abriéndose en laberintos de plumas,

plumas en tus ojos como huracanes de secretos,

plumas caídas de las alas del invierno,
plumas con cosquillas
plumas como truenos.

Plumas
sinuosas, 
sigilosamente suaves,
que te besan, 
que te mecen
mientras duermes...
en sus brazos de aire dulce.


***






















De arriba a abajo:
Ánade real (macho y hembra), cisne cuellinegro, cisne negro y flamenco rosa.

La gaviota (Mini relato)

 

 

 



 Acuarela: José Luis López http://acuarelaskubi.blogspot.com/

 


                                        LA GAVIOTA


  Bajo sus párpados cerrados todas las heridas sangraban; se sentía líquido vertido al mar, supurando por cada poro de su piel; completamente deshecho; flotando, a merced de una inmensa voluntad de agua. Su pequeño velero fue despedazado en la tormenta más salvaje que la mar hubiera improvisado para ningún mortal. Aferrado a un trozo de plástico como una lapa de carne y hueso aterrorizado, despertó de su inconsciencia y miró al cielo, y luego a su alrededor...

  La palabra que golpeó su mente fue: negrura. La noche se bebía su corazón: Densamente, espesamente, absolutamente. Gotas negras golpeando su piel. Noche rayando sus labios ateridos. Frío. Nada. Soledad despiadada para esa mota de apenas sesenta kilos de voluntad sobre una masa móvil e infinita de agua negra, sin voluntad conocida.

  Qué podía hacer sino rendirse… allí, solo, tendido sobre las fauces del abandono, a latigazos de frío, a mordiscos de miedo que sabían a sal y a muerte. El silencio de las gotas ululaba por su piel… La garganta abismal del mar sabía esperar.

  Volvió a cerrar los ojos: ¡más terror, más frío! Carecía de fuerzas, se disolvía despacio bajo aquella noche total. Dentro de su ser se había roto todo... Y lo aceptó, y se dejó caer, sin lucha ya, a merced de un "Sea" que circulaba como sangre de estrellas por su cuerpo.

  A través de los párpados, medio velados por un sueño que se acercaba, fruto del congelamiento, entrevió una forma blanquecina a su lado. Se mecía, igual que él, en la vastedad cósmica del océano. Estaba hondamente callada, muda como él. No distinguió de qué ser se trataba. Tan sólo captaba una presencia neblinosa que emitía mucho, mucho calor. Y empezó a notar que sus miembros eran cubiertos por una gigantesca pluma caliente. El mar se había vuelto cálido. Ya no temblaba ni sentía pavor. De un modo lírico y piadoso, se sentía acogido. Y se durmió, esperando el ahogo inevitable, consciente de que no era posible hundirse ya más de lo que su alma había experimentado. Un amoroso y lento sueño circuló por sus venas como un río calmo. Se rindió plenamente a esa sensación.

  Despertó. Incomprensiblemente, seguía vivo...

  Quiso moverse, pero no pudo. Estaba extrañamente enredado a una red de pesca. Oyó voces alarmadas de maravilloso timbre humano; voces hermanas...

  Y a su lado había una gaviota, que dormía. Era la misma presencia que le acompañó toda la noche, nítidamente contorneada. El ave, con un graznido limpio como el amanecer echó a volar hacia las abiertas manos del sol.

  Y él creyó sentir todas las gotas del mar a la vez derramarse tersamente por sus ojos.


 

                                                                   *

Maite Sánchez Romero (Volarela)

 

Adda. Relato breve.

 



Pintura de Nicoletta Tomas 


ADDA


Adda no tenía que fingir. La vieron llegar del camino del sur, fatigada, con su vestido raído de color verde y su pelo flotando como una maraña de nubes.

Nadie le preguntó dónde había estado. Ya conocían sus ausencias. Y también sabían del vacío de su boca. Sus pasos, sus movimientos, también eran mudos.

Aquel ser merodeaba por el pueblo, entre los demás, rozando apenas la vida, sin dejar impresión clara a su alrededor; como una sombra a la que súbitamente se le descubrieran dos ojos.

Más que un animal, menos que un ser humano. Sólo un poco más que la noche. Todos pensaban que su persona no podía haberse engendrado de la unión de la carne, sino de la de los granos de arena.

¿Qué le dejó sin voz? Era un enigma. Algunos cuentan cómo a los cuatro años contempló el degüello de un cordero y que por ello cerró los labios. Es posible que ante aquella cabeza atenazada por dedos de acero, ante el golpe rápido que hizo manar la sumisión roja del cuello, o ante la muerte manejada como un montón de cebada, sí, es posible que la niña se escondiera de por vida. Es probable, sí, que huyera sin voz del olor cetrino de aquellas paredes sin cal, amarillentas, tristes como el sudor, la rutina y la sangre derramada.

Pasó el resto de sus días ausente, perdida y sin rumbo. Hasta el día del huracán.

Dicen que junto al pozo, anclada a un barrote de hierro, Adda volaba.

La arena formaba un torbellino gigantesco, ansioso por devorar las casas, nervioso y aullante. La ira se empecinó contra aquel pueblo, escupiendo millones de dardos de arena que se fueron clavando en las lágrimas de todos.

Cuentan que Adda, aferrada a aquel pozo, reía por primera vez.  Con una risa que no sonó, pero resultó más violenta que el mismo ciclón. Y es entonces cuando todo acabó; se detuvo el viento y la tierra volvió a su sitio. Y los gritos de los niños pudieron detenerse.

Cuando vieron el cuerpo inerte de Adda, fueron a mirar su cara: seguía sonriendo, con una sonrisa similar a la caída triunfal de las grandes cataratas.

Y nadie logra entender cómo el huracán se sometió ante aquella frágil vida.

Desde entonces, vientos de leyenda aúllan desde su pequeña tumba. 

Revuelos poéticos: Antes de nacer

 

                                         https://www.pinterest.es/pin/30821578688987086/




Antes de nacer

Antes de nacer, mi palabra

sumergida en lagos turquesa,

esperando el paso de los peces...

Antes de nacer, dedos ciegos,

aroma de Dios en las alas,

espíritu de sol cayendo en cascada.

Nada. Todo.

Crines reflejando mares blancos,

el comienzo, el yo rosado,

el principio inmaculado.


***

Poemas recitados: Me haces reír. Poesía de amor