Cuentos bajo la almohada: febrero 2023

Violín. La luz de la música que penetra el espíritu. Poema inspirado en Bach y una de sus partitas

 





VIOLÍN


En la convulsa lava de mi alma,
entre eucaliptos partidos, 
naces tú,
violín,
irradiando melodías a un lado y otro de mi sangre.
Hermanado con la voz del universo,
aras mis campos con tus uñas de sueño,
y crean lirios mis páramos de fiebre.

Te oigo por las esquinas
chorreando gloria.
¡Te oigo,
desde todos los tiempos!
Vienes a mí....
y un fragor de cisnes salvajes
atraviesa mi corazón.

Suena, canta, vibra, grita
tu choque de infinitos.

¡Silencio!
Has alcanzado mis células...
Tu música resuena y las moldea
 con lenta curva
de galaxia.

Que todo desaparezca.
Que quede sólo
mi eco de ti,
agudo,
tallado en el aire,
como la finísima caricia
de lo eterno.
.

Volarela, 2012



Versión con voz: 

©Volarela

Arte inspirador. Vang Gogh. Noche estrellada

                                                     Noche estrellada (Vang Gogh)





Cuando cierro los ojos todo es distinto.
Las estrellas giran y los cipreses me susurran un canto desconocido.
Y puedo ser yo, olvidar y amar...
y sentir que la noche se acerca como un niño, y me besa tímidamente en la mejilla.


***

Volarela, Junio 2020

Arte inspirador: Monet. Olas

 

 OLAS


Las olas vierten recuerdos en la arena: 
Una caracola vacía, pedazos de un barco,
el grito de un alga.



***

        Pintura: Monet

Revuelos poéticos: Cordero perdido

 

 

                                                      Pintura: John Brett. 1858



 CORDERO


Un balido hiere el aire de cascabeles. Rebota tiernamente en las montañas.

La brisa silba su independencia mientras un águila planea... 

Miro al cordero;  él no lo sabe. Le soplo una sonrisa

de plumas. Y el azul de mis ojos se deshoja por su lomo. 

Pero no lo sabe. 

Bala, bala su angustia una vez más... 

A lo lejos, su madre lo escucha

-retumba un latido entre los pinos; 

retumban unos pasos por las rocas...-. 


Las nubes se adhieren a la cima como mi mirada al cordero. 

Pero él no lo sabe. La madre tampoco.

Ambos se están buscando.


***


 ©Volarela Julio 2022

Arte inspirador: El vacío

 

 

Pintura: Denis Sharazin  


 LA FORMA DEL VACÍO


Despertó. No podía moverse. La muerte tiraba de su mano con una succión devastadora. Luego de su brazo.  Y de su pijama. Y de su cama. Y de su mujer en la cama; Y de su casa... Y de su madre, que en ese momento preparaba gachas... De su gato Ilu, de sus amigos, de su barco, de su bonsai, de su país, de su planeta Tierra... Todo su mundo entero fue tragado por la muerte. 

Pero a él no se lo llevó.

Quedó flotando en el espacio, vivo, solo, contemplando en sí mismo la pavorosa forma del vacío. 


***


Volarela 31/07/22

Viajes internos


                                                                              Fotografía- Noell S. Oszvald





Viajes internos


He tirado ahí mismo mi pesada mochila. Estoy agotada. No puedo más. Me pesa el aliento (en realidad, es lo único que poseo). Noto que las piedras de esta yerta, desvalida sabana me llaman; me reclaman; me buscan. Pero yo... no puedo dar más de mí. Soy una nube de óxidos, una campana desafinada, el mal sueño de un lagarto... 

Mientras me empuja el viento como a un harapo tendido en la nada, me concentro en una piedrecilla triangular, negra, que se acaba de colar en mi sandalia. Es un grito del suelo. Despierto de mi tórrido letargo.  La tomo. Es muy suave. Y la naturaleza ha dibujado azarosamente en ella la diminuta forma de una mariposa. La acaricio sin saber por qué. 

Miro hacia atrás:

un grupo de avestruces me contempla, con las plumas manchadas por la angustia de la huida: corren y corren, siempre están corriendo hacia atrás.

Un resto de sol dormita sobre la baba del caracol. Los brazos de las acacias se agitan con el viento. Parecen muy calientes, tiernos, plenos de aleluyas, ¡me están llamando...!

Miro de nuevo hacia atrás, nada puedo retener, siento un sentimiento violento de pérdida (Kaimos*). Ya casi soy una piedra mal tallada. Alguien casi me está labrando... soy yo misma. 

Miro hacia adentro... Mi talla esperpéntica cobra nuevos ángulos y formas asombrosas.  Siento vértigo por mis nuevos abismos. Y también éxtasis: estoy poblada de arcoíris tejiendo un tapiz perfecto y gigantesco, a espasmos de colores. 

"Conócete: tienes mucho tiempo". Me dice un minúsculo petirrojo que acaba de aparecer. En el pico porta una gota de néctar que hace miles de años le pende, solitaria  y profética... para mí. 

Truenos. Escucho truenos. Cada segundo que pasa es un trueno compulsivo. Pero ahora... no temo al destino; me abro a él como una mariposa que enseña los dibujos de sus alas. Deja de tronar. Oigo el trote de mil caballos, pero no los veo, sólo siento sus jadeantes respiraciones. Vienen a mí. Me traspasan como un relincho ancestral. Ya no se oyen, sólo mi corazón expandido retumba inmensamente en el vacío. Y poco después, el vacío me responde... con otro latido, íntimo, de madre.

De una montaña comienzan a bajar miles de personas bellísimas, transparentes, reflejando todos los colores. Forman una larga cadena.  Al llegar a mí, dos de ellas me toman las manos. Siento que me fusiono a la larga cadena y comienzo a elevarme, formando parte de una gran estructura geométrica, maravillosa. Es un nuevo cuerpo, que a su vez encajará en otra pieza aun mayor de almas, posiblemente dentro del cuerpo de una gran planeta, como si nosotros fuéramos uno de los pequeños engranajes de un descomunal reloj. Todo se pone en marcha. Comienza una danza singular, hermosísima, como un vals placentero, en comunión con todas las almas enlazadas.  Sentimos los nervios de la Tierra, destellando en sinopsis; señales que nos traspasan a todos con su energía rebosante, pletórica, y que nos fusiona como si fuéramos el mismo ser dando vueltas alrededor de un centro invisible que palpita, y de algún modo... nos nutre. No puedo soportar tanto gozo, y de pronto, escapo.

Floto en el espacio con el peso de una pluma rosa: veo nuestra Tierra a lo lejos... Arde de belleza mientras gira amorosa, enamorada, alrededor del sol, que a su vez gira enamorado de otra estrella aún mayor... Y yo puedo contemplar, más allá de la vida y de la muerte, una dicha inconmensurable que dulcemente se expande sin cesar...

Cesa la danza, la contemplación. 

Estoy de nuevo, caída.

De pronto, oigo el canto de un grillo, muy lejano...; pero también cercano, en mis propios oídos.

La áspera sabana ocre me rodea otra vez. La piedra negra en mi bolsillo está muy caliente. Pero no he soñado. Lo sé. Hoy voy a coger mis cosas y acostarme aquí, en mi helada tienda, como llevo haciendo los últimos treinta días de mi largo viaje a pie. Morirá mi conciencia un poco esta noche, con la luna y los alacranes; renacerá mañana junto a este grupo de baobabs. Sigo cansada. Hoy respiro con dificultad. Puede que yo sea como aquel río que se extinguirá en las arenas del desierto sin alcanzar el mar. Pero no me importa, porque mi viaje sigue más allá de lo que puedo percibir por este diminuto orificio de mi vida... 

Infinitud es la palabra; se me deshace al pronunciarla.


***

*KAIMÓS, palabra griega que significa: Intenso sentimiento de tristeza, anhelo o deseo incapaz de satisfacer


Este post une dos retos, el de Ginebra: Varietés de Ginebra, al invitarnos a inspirarnos en el subconsciente y en una de las bellas fotografías y palabras que propone; y en el de J. Antonio, Vade Reto cuyo reto de febrero son los viajes.  

***


VERSIÓN EN VOZ: 



¿ExcEntricidades?



                                                               Imagen: Pinterest


Relatos de otros excéntricos...El tintero de oro. La conjura de los necios


                                                               ¿ExcentriCIDADES?


    Soy la que soy. Aun no se mi nombre, pero todos se empeñan en llamarme Nínive. Pero esa no soy yo. Hablo, escribo y firmo, pero no soy yo en realidad la que escribo. La miro a ella; sus ojos azules me atraviesan con la dulzura de un cielo derramándose en mis manos.

    Me gusta salir en monoquini, aunque nieve. Ya lo he dicho mil veces. No me adapto a este cuerpo; me sobra la ropa; me sobra la piel. Dicen que carezco del sentido del ridículo; es posible; ya me han detenido varias veces.

   Pero es que me encanta hacer el ridículo; es uno de mis hobbies. Suelo desafiar a la gente, pero no necesito abrir mi abrigo a los desconocidos. Basta con que me muestre tal y como soy para que muchos se escandalicen. Pensándolo bien... ¿Qué es el ridículo? ¿Es un gran ojo que me observa, descalza por una montaña rusa? ¿Es sentir las miradas sobre tu piel como dardos de mantequilla, untuosa....?

   Hago mucho el ridículo, porque encima me río, de mí, de todo. ¿Por qué no? No conozco el miedo.

   Camino por la vida a contracorriente, expuesta a las miradas con mi 1,30 de estatura, desafiante, y tan aplastantemente libre como la verdad. ¡Me gusta!, aunque me apoden "la enana de ojos de gata".

   Me han llamado de todo por ser así: chalada, excéntrica, rarita... Me lo puedo permitir ¡soy rica y libre! Otra de mis chifladuras, dicen, es pagar a mis empleados mucho más que a mí, puesto que son los que trabajan; no tener jamás servidumbre porque todos somos iguales ante el sol; o regalar casas mientras carezco de ella, habitando en la desnuda naturaleza. Me gusta permanecer callada días enteros persiguiendo las relaciones atómicas de las cosas. Cuando uno calla, el universo habla.

  Siempre he sabido que no soy pieza de este puzle. Me molestan los oídos con prisas, el olor a pescado rancio de la mentira, los raspas lanzadas de la envidia.

  Pero insisto, estas palabras no son las mías. Son de ella..., de mi gata Nínive, que me utiliza para contar todo esto. Así es ella cuando nos intercambiamos los cuerpos.

   No sé quién va a querer escucharnos, y aun menos quién nos va a creer...

  Somos inseparables, la quiero, su presencia me cura... Yo también soy bien rara, aunque no tanto.

  Insiste en que no se encuentra bien en ningún sitio; tampoco envuelta en piel de angora y con un rabo abanicando el tiempo. Y eso yo lo sé bien cuando soy gata (ella). Me vuelvo totalmente excéntrica; curo a lamidos ratones enfermos, maúllo al silencio con silencios, y vago por las noches guiando a los fantasmas. No es fácil tener la imaginación de un gato y no poder hablar, y tener que expresar sólo con los ojos lo incognoscible. Pero hay una ventaja que sólo encuentro siendo gata: puedo permanecer horas inmóvil, en un estado de éxtasis inefable, sin que nadie se entere.

         Somos casi dos gotas de agua, dos excéntricas, aunque con diferente traje.

         Sin embargo, esta vez, mi Nínive se ha pasado... Y no lo puedo permitir. Anduvo quemando mataderos y carnicerías..., y eso... No es el camino, mi gata..., acaba mal. Ya no entrarás más en mi cuerpo. No, no me mires con ojos de cordero degollado... Se acabó definitivamente.

         Llaman a la puerta. Fin. Es la policía...

         ¡Dios mío, qué hago ahora! Tendré que fingir locura temporal...

         Nínive, pequeña mía, entra...

 

                                                                ***

El abedul apasionado. Relato declamado

 

 

 

   

                                                    EL ABEDUL APASIONADO


  Fue semilla una vez. Como yo, embrión en el vientre de mi madre, él, en el de la tierra, mamaba suavemente la humedad. Algo misterioso dentro de sí mismo le fabricaba diminutas raicillas, como a mí dedos de sangre, para aferrarse a los terrones que serían sostén y alimento. Le llevó mucho tiempo romper la coraza del suelo y asomar sus diminutos cotiledones a la hoguera de la luz, repleta de soberbios troncos, de esplendor verde, y de hojas libres susurrantes y perfectas. Él soñaba día y noche con un pedazo de cielo, que en lo alto, le agarrara las ramas, las más tiernas y tirara de él, llevándolo a un baile maravilloso inundado de trinos azules. Quería llegar hasta allí, pero era duro: las sombras de otros árboles abofeteaban sus tímidos impulsos de crecimiento. A menudo, sus recientes hojas, eran aserradas por los insectos, o bien, una granizada lo desgarraba al caer del grito helado de las nubes; las mismas que poco después, consolaban su dolor lanzándole gotitas puras y frescas.

Él era abedul, o así lo delataba su estilizada figura recubierta de papel de luna y ojos negros que contemplaban extasiados los mástiles del bosque y sus flamantes velas verdes.

Sí, abedul le llamaban: bailarín, delicado con piel de plata siempre danzando hacia arriba; los cascabeles de sus ramas atraían al viento y a los pájaros. Alegre, poeta, se sabía efímero, incapaz de sobrevivir a los implacables rayos del tiempo. No obstante, luchaba con el tesón de un dios por su pedacito de aire, luz y agua. Y mientras peleaba, jugaba a trinar con los herrerillos y a rimar con el sol.

Creció muy cerca de un riachuelo que arrullaba sus noches, junto a un búho solemne, fiel huésped de sus ramas. Era tierna el agua del río; le refrescaba las raíces, los pensamientos, y le acariciaba hasta la savia más profunda. Poseía una voz sonora, rítmica; a veces inocente y alegre como un diálogo de niños; otras, fraternal como una hermana mayor que lo cuidara… Aquellas aguas generosas lo impulsaban a crecer más de lo normal. Y creció muchísimo, pero siempre delgado, apresurado, entusiasta, idealista, con ese exceso de mimo y confianza que da la abundancia, hasta el punto de proyectarse como un dardo hacia el cielo, queriendo probar la gloria de las luces cenitales. Pero sus raíces eran más débiles que su deseo, y estaban ancladas a una tierra demasiado inestable.

El riachuelo, una primavera de lluvias compulsivas y feroces, creció hasta agigantarse. Y se comió locamente, irracionalmente, como es el agua emocionada, toda la tierra que sostenía las raíces del árbol. El abedul de risa sonajera se desplomó.

Ya no hay poeta en el bosque, ni adolescente apasionado, ni bailarín de largos brazos de luz. Sus raíces se retuercen inermes en el aire cual violín desafinado, aunque sólo el agua, el búho nocturno y yo logremos escucharlo al pasar por su lado. Estremece verlo así, tumbado, con apenas unas hojas verdes sobreviviendo en la derrumbada copa. 

El pequeño torrente, antes tan locuaz y dicharachero,  ahora calla. Arrastra la pena de pasar, necesariamente, cada día junto a él…

  Enmudecido, apenas oigo un susurro brotar de sus aguas… como si rezara.

 


©Volarela

                                      betula pendula

  


                                                                          betula pendula

  

  

                                                 Fotos, texto y audio: Maite Sánchez Romero (Volarela)


                                                                          Relato en voz







 

(Las fotos fueron tomadas en un bosque de abedules del Pirineo catalán (España). En mis rutas pirenáicas a menudo encontraba árboles arrancados de cuajo debido a los aludes, o como en esta historia, a algún desbordamiento por fuertes riadas. Es bastante impresionante.)