Violín. La luz de la música que penetra el espíritu. Poema inspirado en Bach y una de sus partitas
Arte inspirador: Monet. Olas
OLAS
Revuelos poéticos: Cordero perdido
Pintura: John Brett. 1858
CORDERO
Un balido hiere el aire de cascabeles. Rebota tiernamente en las montañas.
La brisa silba su independencia mientras un águila planea...
Miro al cordero; él no lo sabe. Le soplo una sonrisa
de plumas. Y el azul de mis ojos se deshoja por su lomo.
Pero no lo sabe.
Bala, bala su angustia una vez más...
A lo lejos, su madre lo escucha
-retumba un latido entre los pinos;
retumban unos pasos por las rocas...-.
Las nubes se adhieren a la cima como mi mirada al cordero.
Pero él no lo sabe. La madre tampoco.
Ambos se están buscando.
***
©Volarela Julio 2022
Arte inspirador: El vacío
Pintura: Denis Sharazin
LA FORMA DEL VACÍO
Despertó. No podía moverse. La muerte tiraba de su mano con una succión devastadora. Luego de su brazo. Y de su pijama. Y de su cama. Y de su mujer en la cama; Y de su casa... Y de su madre, que en ese momento preparaba gachas... De su gato Ilu, de sus amigos, de su barco, de su bonsai, de su país, de su planeta Tierra... Todo su mundo entero fue tragado por la muerte.
Pero a él no se lo llevó.
Quedó flotando en el espacio, vivo, solo, contemplando en sí mismo la pavorosa forma del vacío.
***
Volarela 31/07/22
Viajes internos
Fotografía- Noell S. Oszvald
Viajes internos
He tirado ahí mismo mi pesada mochila. Estoy agotada. No puedo más. Me pesa el aliento (en realidad, es lo único que poseo). Noto que las piedras de esta yerta, desvalida sabana me llaman; me reclaman; me buscan. Pero yo... no puedo dar más de mí. Soy una nube de óxidos, una campana desafinada, el mal sueño de un lagarto...
Mientras me empuja el viento como a un harapo tendido en la nada, me concentro en una piedrecilla triangular, negra, que se acaba de colar en mi sandalia. Es un grito del suelo. Despierto de mi tórrido letargo. La tomo. Es muy suave. Y la naturaleza ha dibujado azarosamente en ella la diminuta forma de una mariposa. La acaricio sin saber por qué.
Miro hacia atrás:
un grupo de avestruces me contempla, con las plumas manchadas por la angustia de la huida: corren y corren, siempre están corriendo hacia atrás.
Un resto de sol dormita sobre la baba del caracol. Los brazos de las acacias se agitan con el viento. Parecen muy calientes, tiernos, plenos de aleluyas, ¡me están llamando...!
Miro de nuevo hacia atrás, nada puedo retener, siento un sentimiento violento de pérdida (Kaimos*). Ya casi soy una piedra mal tallada. Alguien casi me está labrando... soy yo misma.
Miro hacia adentro... Mi talla esperpéntica cobra nuevos ángulos y formas asombrosas. Siento vértigo por mis nuevos abismos. Y también éxtasis: estoy poblada de arcoíris tejiendo un tapiz perfecto y gigantesco, a espasmos de colores.
"Conócete: tienes mucho tiempo". Me dice un minúsculo petirrojo que acaba de aparecer. En el pico porta una gota de néctar que hace miles de años le pende, solitaria y profética... para mí.
Truenos. Escucho truenos. Cada segundo que pasa es un trueno compulsivo. Pero ahora... no temo al destino; me abro a él como una mariposa que enseña los dibujos de sus alas. Deja de tronar. Oigo el trote de mil caballos, pero no los veo, sólo siento sus jadeantes respiraciones. Vienen a mí. Me traspasan como un relincho ancestral. Ya no se oyen, sólo mi corazón expandido retumba inmensamente en el vacío. Y poco después, el vacío me responde... con otro latido, íntimo, de madre.
De una montaña comienzan a bajar miles de personas bellísimas, transparentes, reflejando todos los colores. Forman una larga cadena. Al llegar a mí, dos de ellas me toman las manos. Siento que me fusiono a la larga cadena y comienzo a elevarme, formando parte de una gran estructura geométrica, maravillosa. Es un nuevo cuerpo, que a su vez encajará en otra pieza aun mayor de almas, posiblemente dentro del cuerpo de una gran planeta, como si nosotros fuéramos uno de los pequeños engranajes de un descomunal reloj. Todo se pone en marcha. Comienza una danza singular, hermosísima, como un vals placentero, en comunión con todas las almas enlazadas. Sentimos los nervios de la Tierra, destellando en sinopsis; señales que nos traspasan a todos con su energía rebosante, pletórica, y que nos fusiona como si fuéramos el mismo ser dando vueltas alrededor de un centro invisible que palpita, y de algún modo... nos nutre. No puedo soportar tanto gozo, y de pronto, escapo.
Floto en el espacio con el peso de una pluma rosa: veo nuestra Tierra a lo lejos... Arde de belleza mientras gira amorosa, enamorada, alrededor del sol, que a su vez gira enamorado de otra estrella aún mayor... Y yo puedo contemplar, más allá de la vida y de la muerte, una dicha inconmensurable que dulcemente se expande sin cesar...
Cesa la danza, la contemplación.
Estoy de nuevo, caída.
De pronto, oigo el canto de un grillo, muy lejano...; pero también cercano, en mis propios oídos.
La áspera sabana ocre me rodea otra vez. La piedra negra en mi bolsillo está muy caliente. Pero no he soñado. Lo sé. Hoy voy a coger mis cosas y acostarme aquí, en mi helada tienda, como llevo haciendo los últimos treinta días de mi largo viaje a pie. Morirá mi conciencia un poco esta noche, con la luna y los alacranes; renacerá mañana junto a este grupo de baobabs. Sigo cansada. Hoy respiro con dificultad. Puede que yo sea como aquel río que se extinguirá en las arenas del desierto sin alcanzar el mar. Pero no me importa, porque mi viaje sigue más allá de lo que puedo percibir por este diminuto orificio de mi vida...
Infinitud es la palabra; se me deshace al pronunciarla.
***
*KAIMÓS, palabra griega que significa: Intenso sentimiento de tristeza, anhelo o deseo incapaz de satisfacer
Este post une dos retos, el de Ginebra: Varietés de Ginebra, al invitarnos a inspirarnos en el subconsciente y en una de las bellas fotografías y palabras que propone; y en el de J. Antonio, Vade Reto cuyo reto de febrero son los viajes.
***
VERSIÓN EN VOZ:
¿ExcEntricidades?
Imagen: Pinterest
Relatos de otros excéntricos...El tintero de oro. La conjura de los necios
¿ExcentriCIDADES?
Soy la que
soy. Aun no se mi nombre, pero todos se empeñan en llamarme Nínive. Pero esa no
soy yo. Hablo, escribo y firmo, pero no soy yo en realidad la que escribo. La
miro a ella; sus ojos azules me atraviesan con la dulzura de un cielo
derramándose en mis manos.
Me gusta salir en monoquini, aunque nieve.
Ya lo he dicho mil veces. No me adapto a este cuerpo; me sobra la ropa; me
sobra la piel. Dicen que carezco del sentido del ridículo; es posible; ya me
han detenido varias veces.
Pero es que me encanta hacer el ridículo; es
uno de mis hobbies. Suelo desafiar a la gente, pero no necesito abrir mi abrigo
a los desconocidos. Basta con que me muestre tal y como soy para que muchos se
escandalicen. Pensándolo bien... ¿Qué es el ridículo? ¿Es un gran ojo que me
observa, descalza por una montaña rusa? ¿Es sentir las miradas sobre tu piel
como dardos de mantequilla, untuosa....?
Hago mucho el ridículo, porque encima me río, de mí, de todo. ¿Por qué
no? No conozco el miedo.
Camino por la vida a contracorriente,
expuesta a las miradas con mi 1,30 de estatura, desafiante, y tan
aplastantemente libre como la verdad. ¡Me gusta!, aunque me apoden "la
enana de ojos de gata".
Me han llamado de todo por ser así: chalada,
excéntrica, rarita... Me lo puedo permitir ¡soy rica y libre! Otra de mis
chifladuras, dicen, es pagar a mis empleados mucho más que a mí, puesto que son
los que trabajan; no tener jamás servidumbre porque todos somos iguales ante el
sol; o regalar casas mientras carezco de ella, habitando en la desnuda
naturaleza. Me gusta permanecer callada días enteros persiguiendo las
relaciones atómicas de las cosas. Cuando uno calla, el universo habla.
Siempre he sabido que no soy pieza de este puzle.
Me molestan los oídos con prisas, el olor a pescado rancio de la mentira, los
raspas lanzadas de la envidia.
Pero insisto, estas palabras no son las mías.
Son de ella..., de mi gata Nínive, que me utiliza para contar todo esto. Así es ella cuando nos intercambiamos los
cuerpos.
No sé quién va a querer escucharnos, y aun
menos quién nos va a creer...
Somos inseparables, la quiero, su presencia
me cura... Yo también soy bien rara, aunque no tanto.
Insiste en que no se encuentra bien en ningún
sitio; tampoco envuelta en piel de angora y con un rabo abanicando el tiempo. Y
eso yo lo sé bien cuando soy gata (ella). Me vuelvo totalmente excéntrica; curo
a lamidos ratones enfermos, maúllo al silencio con silencios, y vago por las
noches guiando a los fantasmas. No es fácil tener la imaginación de un gato y
no poder hablar, y tener que expresar sólo con los ojos lo incognoscible. Pero
hay una ventaja que sólo encuentro siendo gata: puedo permanecer horas inmóvil,
en un estado de éxtasis inefable, sin que nadie se entere.
Somos casi dos gotas de agua, dos
excéntricas, aunque con diferente traje.
Sin embargo, esta vez, mi Nínive se ha
pasado... Y no lo puedo permitir. Anduvo quemando mataderos y carnicerías..., y
eso... No es el camino, mi gata..., acaba mal. Ya no entrarás más en mi cuerpo.
No, no me mires con ojos de cordero degollado... Se acabó definitivamente.
Llaman a la puerta. Fin. Es la
policía...
¡Dios mío, qué hago ahora! Tendré que
fingir locura temporal...
Nínive, pequeña mía, entra...
***
El abedul apasionado. Relato declamado
EL ABEDUL APASIONADO
Fue semilla una vez. Como yo, embrión en el vientre de mi madre, él, en el de la tierra, mamaba suavemente la humedad. Algo misterioso dentro de sí mismo le fabricaba diminutas raicillas, como a mí dedos de sangre, para aferrarse a los terrones que serían sostén y alimento. Le llevó mucho tiempo romper la coraza del suelo y asomar sus diminutos cotiledones a la hoguera de la luz, repleta de soberbios troncos, de esplendor verde, y de hojas libres susurrantes y perfectas. Él soñaba día y noche con un pedazo de cielo, que en lo alto, le agarrara las ramas, las más tiernas y tirara de él, llevándolo a un baile maravilloso inundado de trinos azules. Quería llegar hasta allí, pero era duro: las sombras de otros árboles abofeteaban sus tímidos impulsos de crecimiento. A menudo, sus recientes hojas, eran aserradas por los insectos, o bien, una granizada lo desgarraba al caer del grito helado de las nubes; las mismas que poco después, consolaban su dolor lanzándole gotitas puras y frescas.
Él era abedul, o así lo delataba su
estilizada figura recubierta de papel de luna y ojos negros que contemplaban
extasiados los mástiles del bosque y sus flamantes velas verdes.
Sí, abedul le llamaban: bailarín, delicado
con piel de plata siempre danzando hacia arriba; los cascabeles de sus ramas
atraían al viento y a los pájaros. Alegre, poeta, se sabía efímero, incapaz de
sobrevivir a los implacables rayos del tiempo. No obstante, luchaba con el
tesón de un dios por su pedacito de aire, luz y agua. Y mientras peleaba,
jugaba a trinar con los herrerillos y a rimar con el sol.
Creció muy cerca de un riachuelo que
arrullaba sus noches, junto a un búho solemne, fiel huésped de sus ramas. Era
tierna el agua del río; le refrescaba las raíces, los pensamientos, y le acariciaba
hasta la savia más profunda. Poseía una voz sonora, rítmica; a veces inocente
y alegre como un diálogo de niños; otras, fraternal como una hermana mayor que
lo cuidara… Aquellas aguas generosas lo impulsaban a crecer más de lo normal. Y
creció muchísimo, pero siempre delgado, apresurado, entusiasta, idealista, con
ese exceso de mimo y confianza que da la abundancia, hasta el punto de
proyectarse como un dardo hacia el cielo, queriendo probar la gloria de las
luces cenitales. Pero sus raíces eran más débiles que su deseo, y estaban
ancladas a una tierra demasiado inestable.
El riachuelo, una primavera de lluvias
compulsivas y feroces, creció hasta agigantarse. Y se comió locamente,
irracionalmente, como es el agua emocionada, toda la tierra que sostenía las
raíces del árbol. El abedul de risa sonajera se desplomó.
Ya no hay poeta en el bosque, ni adolescente apasionado, ni bailarín de largos brazos de luz. Sus raíces se retuercen inermes en el aire cual violín desafinado, aunque sólo el agua, el búho nocturno y yo logremos escucharlo al pasar por su lado. Estremece verlo así, tumbado, con apenas unas hojas verdes sobreviviendo en la derrumbada copa.
El
pequeño torrente, antes tan locuaz y dicharachero, ahora calla. Arrastra la pena de pasar,
necesariamente, cada día junto a él…
©Volarela
betula pendula
betula pendula
Fotos, texto y audio: Maite Sánchez Romero (Volarela)
(Las fotos fueron tomadas en un bosque de abedules del Pirineo catalán (España). En mis rutas pirenáicas a menudo encontraba árboles arrancados de cuajo debido a los aludes, o como en esta historia, a algún desbordamiento por fuertes riadas. Es bastante impresionante.)