Fotografía- Noell S. Oszvald
Viajes internos
He tirado ahí mismo mi pesada mochila. Estoy agotada. No puedo más. Me pesa el aliento (en realidad, es lo único que poseo). Noto que las piedras de esta yerta, desvalida sabana me llaman; me reclaman; me buscan. Pero yo... no puedo dar más de mí. Soy una nube de óxidos, una campana desafinada, el mal sueño de un lagarto...
Mientras me empuja el viento como a un harapo tendido en la nada, me concentro en una piedrecilla triangular, negra, que se acaba de colar en mi sandalia. Es un grito del suelo. Despierto de mi tórrido letargo. La tomo. Es muy suave. Y la naturaleza ha dibujado azarosamente en ella la diminuta forma de una mariposa. La acaricio sin saber por qué.
Miro hacia atrás:
un grupo de avestruces me contempla, con las plumas manchadas por la angustia de la huida: corren y corren, siempre están corriendo hacia atrás.
Un resto de sol dormita sobre la baba del caracol. Los brazos de las acacias se agitan con el viento. Parecen muy calientes, tiernos, plenos de aleluyas, ¡me están llamando...!
Miro de nuevo hacia atrás, nada puedo retener, siento un sentimiento violento de pérdida (Kaimos*). Ya casi soy una piedra mal tallada. Alguien casi me está labrando... soy yo misma.
Miro hacia adentro... Mi talla esperpéntica cobra nuevos ángulos y formas asombrosas. Siento vértigo por mis nuevos abismos. Y también éxtasis: estoy poblada de arcoíris tejiendo un tapiz perfecto y gigantesco, a espasmos de colores.
"Conócete: tienes mucho tiempo". Me dice un minúsculo petirrojo que acaba de aparecer. En el pico porta una gota de néctar que hace miles de años le pende, solitaria y profética... para mí.
Truenos. Escucho truenos. Cada segundo que pasa es un trueno compulsivo. Pero ahora... no temo al destino; me abro a él como una mariposa que enseña los dibujos de sus alas. Deja de tronar. Oigo el trote de mil caballos, pero no los veo, sólo siento sus jadeantes respiraciones. Vienen a mí. Me traspasan como un relincho ancestral. Ya no se oyen, sólo mi corazón expandido retumba inmensamente en el vacío. Y poco después, el vacío me responde... con otro latido, íntimo, de madre.
De una montaña comienzan a bajar miles de personas bellísimas, transparentes, reflejando todos los colores. Forman una larga cadena. Al llegar a mí, dos de ellas me toman las manos. Siento que me fusiono a la larga cadena y comienzo a elevarme, formando parte de una gran estructura geométrica, maravillosa. Es un nuevo cuerpo, que a su vez encajará en otra pieza aun mayor de almas, posiblemente dentro del cuerpo de una gran planeta, como si nosotros fuéramos uno de los pequeños engranajes de un descomunal reloj. Todo se pone en marcha. Comienza una danza singular, hermosísima, como un vals placentero, en comunión con todas las almas enlazadas. Sentimos los nervios de la Tierra, destellando en sinopsis; señales que nos traspasan a todos con su energía rebosante, pletórica, y que nos fusiona como si fuéramos el mismo ser dando vueltas alrededor de un centro invisible que palpita, y de algún modo... nos nutre. No puedo soportar tanto gozo, y de pronto, escapo.
Floto en el espacio con el peso de una pluma rosa: veo nuestra Tierra a lo lejos... Arde de belleza mientras gira amorosa, enamorada, alrededor del sol, que a su vez gira enamorado de otra estrella aún mayor... Y yo puedo contemplar, más allá de la vida y de la muerte, una dicha inconmensurable que dulcemente se expande sin cesar...
Cesa la danza, la contemplación.
Estoy de nuevo, caída.
De pronto, oigo el canto de un grillo, muy lejano...; pero también cercano, en mis propios oídos.
La áspera sabana ocre me rodea otra vez. La piedra negra en mi bolsillo está muy caliente. Pero no he soñado. Lo sé. Hoy voy a coger mis cosas y acostarme aquí, en mi helada tienda, como llevo haciendo los últimos treinta días de mi largo viaje a pie. Morirá mi conciencia un poco esta noche, con la luna y los alacranes; renacerá mañana junto a este grupo de baobabs. Sigo cansada. Hoy respiro con dificultad. Puede que yo sea como aquel río que se extinguirá en las arenas del desierto sin alcanzar el mar. Pero no me importa, porque mi viaje sigue más allá de lo que puedo percibir por este diminuto orificio de mi vida...
Infinitud es la palabra; se me deshace al pronunciarla.
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*KAIMÓS, palabra griega que significa: Intenso sentimiento de tristeza, anhelo o deseo incapaz de satisfacer
Este post une dos retos, el de Ginebra: Varietés de Ginebra, al invitarnos a inspirarnos en el subconsciente y en una de las bellas fotografías y palabras que propone; y en el de J. Antonio, Vade Reto cuyo reto de febrero son los viajes.
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VERSIÓN EN VOZ:
MAGNÍFICO. Como una inconmensurable revelación que germina en el propio Ser. Un excelso viaje a la propia esencia que se muestra esplendorosa y significativa.
ResponderEliminarMaravilloso, preciosa amiga… Me he sentido inundada y plena por tus letras.
Un verdadero placer tu participación.
Mil gracias…
(Mándamelo por correo, porque no me deja hacer captura para publicarlo en el Blog de autores)
Abrazo enorme, y muy feliz finde 💙
Ya lo he enviado.
EliminarGracias por tan plena y tierna acogida a este escrito. Es un enorme placer compartir contigo.
Abrazo enorme y que tengas un finde precioso
A ti, preciosa 👍🥰💙
EliminarCumplir con los requisitos de dos retos ya es un portento.
ResponderEliminarEl viaje aqui planteado nos lleva a esas dimensiones misticas a la trascendencia de nuestra existencia. Que hermos cuadro has pintado con letras.
Me agrada mucho que lo hayas visualizado como un cuadro. Trascendencia es la palabra justa. Gracias.
EliminarUn abrazo