EN EL DESIERTO DE SU MEMORIA
Las palabras significan
Vicente Aleixandre
Si
voláramos como un águila y tuviéramos su visión contemplaríamos un magnífico
panorama de colinas verdes, y entre ellas una mansión con un parque lleno de
exóticos cactus. Y junto a las plantas, una anciana en silla de ruedas, pequeñita,
gritando un nombre: “Demián”. Y si pudiéramos entrar por sus ojos moribundos,
encontraríamos un ciclón aterrador derrumbando todos los recuerdos de su vida,
excepto el de aquél hombre.
Su
familia, ya irreconocible para ella, imaginaba que deliraba una vez más, llamando
a un desconocido. Una embolia había inutilizado una de sus piernas y encendido
la mecha de la demencia en su cerebro.
Pero Demián
asomaba, con la fuerza de un saguaro gigantesco en el desierto de su memoria. Últimamente
lo llamaba sin cesar, porque sólo él la había amado con la autenticidad y el
calor de un sol; y los tres días pasados a su lado habían llegado a ser el faro
oculto de su vida.
Entonces
Adela tenía cuarenta y cinco años; él tan sólo veinte.
Cifras, cifras sin sentido, pero que
significan.
***
El
muchacho había oído hablar de la filmación de una película en los alrededores
del pueblo. Entre los vecinos hubo gran revuelo; sin embargo, él se sentía
incómodo. Hollywood interfiriendo con su glamur azucarado en su mundo de polvo,
sudor y rutina era casi un insulto. Desde muy joven trabajaba en el bar de
carretera de sus padres. En aquel olvidado y abrasador rincón de Texas, donde
no había cabida para los sueños, su carácter apasionado sólo era un remolino de
polvo.
Pero Demián
tembló nada más verla; un sueño inesperado tomaba la forma de mujer entrando
por la puerta.
Aquel
huracán rubio se aquietó poderosamente en una de las sillas; retiró un mechón
díscolo de su cabellera, y colocó sus dos ojos penetrantes y gatunos
directamente sobre él. Demián se acercó, servicial por fuera y absolutamente
hipnotizado por dentro. Le hizo la pregunta formal del “qué desea”, y ella,
tras admirar el hermoso oleaje de aquellos dos ojos azules, respondió
suavemente, pero con fulminante elegancia “sólo un vaso de agua”. Sin embargo el chico
pudo escuchar: “sólo a ti”. Para el intenso
Demián el tiempo se frenaba en aquella voz, deshojándose en su mente. Antes y
después existía la nada. Y en la nada futura, mientras se encaminaba hacia el
vaso de agua, el eco de aquellos labios murmurando, de aquel ser maravilloso se
colaba por los desprevenidos intersticios de su corazón, dilatándolo hasta el
infinito.
Demián
ya no percibía la realidad de la misma manera. Se retiró a la cocina y en un
rincón, a solas, trató de ordenar sus emociones. Los ruidos de los platos y al
fondo, en la sala, las desordenadas palabras de la gente parecían cubrirse de
una espesa capa de tierra, hasta casi desaparecer. Pero una canción, que sonaba
en ese instante en la radio del local, sí traspasó sus tímpanos. La cantante,
desgarradoramente, repetía una y otra vez: “I'm calling you”. Y semejaba el
maullido en plena noche de una gata en celo, intenso, irracional y desesperado
hasta helarle la sangre. Trató de no prestar atención a aquellas tristes
sensaciones, pero la canción penetró en su sangre con la misma intensidad que
la fascinadora mujer.
Tras
aquel primer contacto, vinieron más palabras, miradas y diálogos que los iban
enlazando paulatina, dulcemente. Durante tres días seguidos les acarició la
felicidad como un sagrado dios. Sólo un beso final quedó de aquella ardiente
proximidad; una inédita sensación en los labios de peces nadando por un sueño
eterno.
Pero
la despedida se cernía sobre ellos, como un águila con la angustia en su pico.
“Era el fin. Demasiado mayor; hijos, esposo,
deber, distancia, piedras, llanto, demolición…Imposible” Pensaba ella.
Él no
podía despedirse, se hubiera clavado en medio de la oscuridad abrazándola para
siempre.
–Te
buscaré en silencio toda mi vida –le había dicho el muchacho al oído.
–Te recordaré siempre, pase lo que pase –
respondió la mujer, separándose y rompiendo aquella tibia felicidad de sus
rostros cercanos.
Y el
recuerdo de estas palabras les acompañó a lo largo de sus vidas separadas, como
un guacamayo invisible en el hombro de cada uno; mudo pero constante.
***
La anciana y desmemoriada actriz, de pronto, ante la sorpresa de todos, se levantó
de su silla de ruedas; fue a su armario con la energía de una jovencita y se
puso un antiguo traje blanco, guardado con mimo por ella durante décadas. Sus
huesos asomaban tristemente sobre el volante del escote. Veinte minutos
después, Adela, toda excitada, corrió con su vestido de novia imaginario hacia
la puerta, arrastrando su esquelética pierna inválida. Llamaron. Abrió. Lo sabía.
Era él, el único que aún reconocería entre todos los extraños.
Demián,
igual de firme a sus cuarenta y cinco años que entonces, igual de honesto y bello,
se presentó como el nuevo fisioterapeuta solicitado por la familia.
La miró, reconoció en el rostro envejecido y ceniciento a la gata de hacía veinte años y recordó, súbitamante, aquella desgarradora canción.
La anciana, incapaz de atrapar una sola
palabra, balbuceó una frase inconexa, mientras una maciza lágrima rodaba por su
mejilla hasta caer en la alfombra
El sonrió, se arrodilló, y en un gesto
ficticio de sus manos recogió la lágrima y toda la oscuridad que se cernía
sobre ella.
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Relato inspirado en la canción:
I'm calling you (Te estoy llamando)