Desde Rusia con amor
Fuera de concurso dejo este aporte que es una mezcla de géneros.
HOMBRE CON BOMBÍN
Anduvo toda
la tarde por las calles, al azar, hasta que la noche lo engulló como a un
pequeño insecto. Más tarde apareció aquella niebla fatídica que marcaría su
vida con llagas de humo. Primero, la bruma deambulaba por allí, distraída.
Luego, jugó a esconder las cosas con sus manos frías.
El caminante dejó de reconocer la ciudad; las
nubes a ras de suelo desfiguraban los edificios. De pronto se detuvo. No sabía
por qué lo hacía, pero sintió ese impulso, fuerte, como un grito en el oído.
Estaba casi paralizado ante la entrada de una mansión, medio en ruinas, desdibujada
por la neblina. La puerta se mostraba abierta, insolente, dejando salir una
vaharada de niebla densa como si fuera el aliento de la casa. Un olor intenso a
vegetación descontrolada escapaba por los muros; y entre la hierba del jardín
se insinuaba el bulto fantasmal, abatido y siniestro de un antiguo coche oxidado,
con todas sus ruedas desinfladas.
Dos de las ventanas del caserón estaban
iluminadas, dejando entrever una silueta
esbelta, femenina, en continuo trasiego. Quizá la casa no estuviera abandonada,
pensó el hombre.
Todo aquello,
incluso los olores, le resultaba vagamente familiar; sentía una mezcla de
temor, respeto y curiosidad insidiosa. Luchaba por recordar, pero cuanto más se
esforzaba, mayor era su hundimiento en una caótica sensación de irrealidad.
Su estampa frente a aquella destartalada mansión permanecía impávida, medrosa, lamida por las lenguas descaradas de la niebla. Lo iluminaba con brusquedad una farola; parecía puesta allí para que él rebuscara en su interior.
En ese momento, la figura
borrosa de la mujer se asomó a la ventana y le hizo un gesto muy raro con la
mano, como si trazara un círculo. En la desconcertada mente del hombre comenzaron
a cruzarse pequeños chispazos de recuerdos, vivaces como renacuajos emergiendo
de un estanque: Así, logró recordar, o más bien visualizar, algunos detalles,
como el humo de un pitillo sin apagar en el borde de una mesa; dos copas vacías
junto a un lujoso reloj sostenido por una ninfa de bronce; el sonido de una
música de jazz ascendiendo tórridamente por los encajes de las cortinas. Otras
visiones inconexas le llegaban aún con más fuerza, como un vestido de seda rojo
colgado indolentemente del pomo de una puerta, o una baldosa suelta que sonaba
cada vez que se pisaba. Luego llegó a su memoria la imagen de una mujer, y se
le clavó como una dolorosa aguja. Pero por más que se esforzaba era incapaz de
reproducir su rostro. Sólo recordaba unos cabellos rubios que pendían del borde
de una cama, en cascada dorada hacia el suelo. Y muy cerca de ella, una mano
vacilante, y unos dedos, y unos labios… Sus propios labios temblorosos.
Todo acerca de esa noche estaba parcialmente
aniquilado, como si por su mente hubiera pasado un tornado destruyendo sus
recuerdos. ¿Quién era esa mujer? ¿La amaba? ¿Era aquella que le hacía aquel
extraño gesto desde la casa?
Su cerebro fue operado mediante una técnica
secreta. Trabajó para el gobierno americano como espía, hacía ya quince años.
La misión de la mujer rubia era la última, pero él no podía recordarlo porque
inmediatamente después le borraron la memoria a cambio de mantenerlo vivo: la
información de aquellas neuronas era excesivamente peligrosa. Pero con el borrado se llevaron toda su vida anterior. Podría recordar sólo desde la
operación en adelante. Le dieron nueva
identidad y una vida diferente en otro lugar. El hombre sin pasado no sabe que
fue espía; lleva un vacío neblinoso en el eje de su ser.
Se vio a
sí mismo como quien contempla a otra persona
desde lo alto de un edificio: observaba un cuerpo joven, casi petrificado bajo
la luz de una farola, girándose para mirar por última vez una gran casa. Llevaba un bombín y una pequeña maleta. En el
jardín, un Volkswagen reluciente estaba aparcado en la entrada. Recordó cómo
momentos antes lo había abierto para depositar en el asiento trasero una
carpeta con documentos. Luego dejo los faros encendidos como señal y se alejó
del vehículo.
Supo que era
él hacía quince años. En su mano derecha tenía una pistola, doliéndole como un
cepo mordiendo su carne. Y en su mente, vívidamente clavado, un rostro apoyado
en una almohada de plumas, con unos ojos color violeta que le suplicaban.
El hombre del presente gritó todo lo que
olvidó el hombre del pasado. A lo lejos ladró un perro con la misma
desesperación. Anduvo unos pasos, pero sentía su ser rompiéndose en pedacitos
de humo. La figura femenina había desaparecido, y en su lugar salía por la ventana
una gran lengua de niebla.
En el futuro quedaría transformado en un
sujeto de sombrero hongo, maletín y una pistola atravesándole la mano. Daba
igual que trabajara, saliera con sus amigos o besara a su hijo. Sus retinas
llevaban impresas dos faros encendidos, e inevitablemente, un remordimiento
frío y húmedo lo haría volver allí, una
y otra vez hasta que la niebla que salía de aquella casa lo succionara por
completo.
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©Volarela
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