Cuentos bajo la almohada: Javier. Relato breve. Sobre un amor de verano.

Javier. Relato breve. Sobre un amor de verano.

 

 

 

JAVIER

 

  Sólo pensaba en él. En sus penetrantes ojos castaños, mirándome, como dos briosos caballos. Y deseaba encontrarme esa mirada una y otra vez. Atraparla en mi interior, gozarla a solas.


  Cuando salíamos, papá, mamá y yo del edificio donde nos alquilaron el piso de alquiler, él ya estaba escondido detrás del mostrador. Tendría unos 9 años, dos menos que yo, pero parecía mayor. La portera, su madre, nos lo dijo. También nos dijo que era un niño muy raro y difícil de clasificar. Pero yo no la creí, por supuesto, porque intuía en él una superioridad que otros no podían captar. Sus ojos eran atentos, inteligentes, y dejaban traslucir una pasión asombrosa para su edad. Nunca dijo nada. Sólo me miraba como si me reconociera, como si me amara profundamente, desde hacía siglos.


  Mi baño de sol, de mar, de nubes, estaba rodeado de su mirada, que yo presentía como una caricia protectora, amiga, fiel. Para mí ese era un sentimiento completamente nuevo; me maravillaba sentirlo a la vez que notaba una burbujeante y plácida confusión dentro de mí. Lo mantuve en secreto, pero creo que él sabía de mi amor, también callado; y más de una vez sonrió tenuemente desde uno de los pasillos del edificio, al verme llegar. Deseé hablar con él, acercarme, pero no era fácil. Mis padres no permitían que bajase a jugar al jardín, por lo que no pude encontrar el modo de dirigirle más que un saludo.


  Jamás falló a una cita. Cada vez que yo salía o volvía con mis padres, él estaba cerca, disimulando, cruzándose, o incluso siguiéndome a distancia hasta que nos perdíamos en la playa. Yo volví a mi rostro, y entre el gentío, le veía, con su rostro serio, hermoso, muy fijo en el mío, manteniendo un mudo diálogo tan natural como el que tienen el mar y el cielo.

  Tras quince días de encuentros esporádicos yo ya estaba completamente enamorada. Los dos necesitábamos un encuentro, una palabra, algo más que aquella dulce complicidad o que aquella insufrible atracción.

  El último día de aquel verano me dijo su nombre: Javier.
Javier, en un arrebato de audacia, detuvo a mis padres, me detuvo a mí y metió un papel en mi bolsillo. Después echó a correr, creo que con los ojos mojados por la misma agua que ha empapado mis días de melancolía.
Mis padres se rieron con algo de ternura y enseguida se olvidaron.
El papel fue nuestro secreto; nunca confesé su contenido. En él estaba escrito su nombre y una única frase: “Vuelve”.

  Pero nunca más volví. A mis padres no les gustaba repetir el lugar de vacaciones, y mis ruegos fueron siempre inútiles. Fue un amor abortado. Ese verano es la única luz que guardo en mi memoria de lo bella que puede llegar a ser la vida. Hice averiguaciones en mi juventud y posteriormente, pero aquella familia dejó el lugar y nadie supo decirme dónde fueron.

  Javier, un nombre que no logro diluir en las aguas del pasado, y que viene una y otra vez a mí como una luciérnaga herida.

 

***

Relato: Maite Sánchez Romero (Volarela)

Pintura: Sorolla

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