Relato creado para el reto de octubre de nuestro querido anfitrión Jascnet. Vade Reto. Se trata de elaborar un cuento con algunos objetos de esta imagen, teniendo en cuenta que se trata de un Bazar.
«Lo esencial es invisible a los ojos».
Imagen de Mabel Amber en Pixabay
BLANCO Y NEGRO
¡Qué silencio bendito!, pensaba David mientras hacía un esfuerzo por sacar las piernas desnudas de la cama. Era doloroso; sus músculos estaban demasiado entumecidos. Una tras otra las estiró antes de colocar cada dedo sobre las glaciales losas del suelo. Mientras, acarició suavemente a su esposa dormida. Júpiter, un joven golden retriever, ágilmente, se levantó de un brinco, y dio un airoso coletazo a las fichas del ajedrez. Erguidas y dignas sobre el tablero desde la noche anterior, quién sabe si comentando entre ellas el último mate, cayeron estrepitosamente. La mujer se despertó y comprendió que su esposo se preparaba para una de sus caminatas campestres, con lo que se giró de nuevo para recordar los movimientos geniales de ajedrez de su último sueño. Ambos jubilados fueron campeones en este deporte, y por toda la casa abundaban tableros y piezas en todos los formatos y materiales posibles, incluido uno de azúcar que Júpiter jamás osó tocar.
Hombre y perro sintieron el empuje vital de la mañana nada más salir. Sencillamente delicioso. Era imposible no saludar a las flores, cada una con su respectiva gota de rocío destellando como respuesta. David y Júpiter experimentaban la fresca esencia de los abetos subiendo por sus propios pulmones, animándoles ese día a llegar muy lejos. Y así, los dos subieron cuesta arriba varios cientos de metros, hasta llegar a una piedra y un trozo de hierba que les ofrecieron lo que tenían para su descanso. Ya salía el bocadillo fragante del aluminio y las babas de Júpiter tocaban tierra cuando un compañero de viaje inesperado apareció no se sabe de dónde. Se presentaba de frac y camisa blanca. Era una hermosísima urraca que portaba un objeto en el pico.
Júpiter quedó hipnotizado. No sabía si lanzarse a por ella o esconder su cola. David quería desentrañar lo que el ave llevaba. La urraca se acercó descaradamente a ellos y dejó una ficha de ajedrez junto a los pies de David. Era un peón negro. Después, salió volando como si aquello no fuera con ella.
El peón negro… Y tiene una rotura en la base… Pensó David. Y súbitamente le vino el recuerdo de su padre enseñándole el valor de las fichas dentro de un hermoso juego, en lugar de colocarlas en la alfombra y hacerlas guerrear, como hacía el pequeño.
No pudo evitar que una sonrisa le cosquilleara por dentro con dedos de luz. Su padre le enseñó a ser fuerte; a ser un verdadero guerrero del pensamiento; de la reflexión. Cuánto lo quiso… Y ahora, esta ave le traía esto… ¡Y era su peón dañado!, ahora lo reconocía mientras todo su cuerpo se estremecía de emoción. Era el mismo con el que hizo su primer mate… Jamás podría olvidarlo… Lo acarició como si portara santidad. Pero ¿de dónde lo había sacado ese pájaro?
Los amigos de distinto número de patas las pusieron en marcha de nuevo, siguiendo el camino hacia la cima, pero de improviso, la urraca, que parecía haberse fulminado poco antes, se posó ante ellos, en mitad del camino. Otra vez su pico traía un objeto: una carta doblada, blanquísima, con letras vibrando en una intensa tinta azul, como recién escritas. David esta vez tocó al ave, casi con una caricia, y ella colocó suavemente en su mano la carta. Era su propia letra. Con la mano temblorosa y los ojos mirando por detrás del ave, como si hubiera cerca alguna trampa extraña, tomó el papel y lo leyó. “Te amo locamente, por favor respóndeme cuanto antes. Necesito saber si sientes lo mismo… “Tras esta frase seguía un tropel de palabras tan apasionadas como torpes, subiendo y bajando por todo el papel como hormigas excitadas. No puede ser… se dijo. ¡Tengo en mis manos la carta que nunca entregué! Aquella muchacha del bachillerato que seguramente nunca supo cuánto la quise. Pero yo… Mala jugada. Sin duda, ella era una reina para mí, y yo aun no conocía mi propio poder de rey... Fui un tembloroso alfil…. Pero este papel despareció hace cincuenta años… ¿Qué está pasando?, se preguntó cada vez más nervioso.
El perro le miró y en sus ojos se reflejaba la misma incomprensión, pero con más ternura; quizá como animal podía aceptar mansamente el devenir incomprensible de la vida. Pero él no.
Cuando David guardó el papel en su bolsillo, el ave alzó el vuelo en dirección izquierda, siguiendo un sendero que se alejaba del principal. El hombre tomó una firme resolución. Seguiría a esa enigmática urraca salida de un mundo embrujado, aunque le costara la cordura.
Aquella senda era bien conocida por ambos. Júpiter movía la cola alegremente detrás del ave, jugando y ladrando. El pájaro se posaba de vez en cuando en un árbol y los miraba moviendo la cabeza, como si quisiera esperarlos. Pero un instante, el perro ladró hacia una copa vacía, frenético. La urraca se había camuflado entre el follaje, desapareciendo de su vista. Poco después, se dejó ver portando un nuevo y reluciente hallazgo.
Nuevamente lo colocó a los pies del hombre. Allí lucía, anacrónico y brillante sobre el polvo del camino, un reloj antiguo de bolsillo. E inmediatamente apareció en su mente la mirada de su abuela Doris. Había cogido a escondidas aquel reloj, ansioso por saber cómo funcionaba. Lo había desmontado completamente, seguro de que volvería a colocar cada pieza en su lugar. Pero no lo consiguió... Tenía nueve años. Una jugada fatal, un exceso de confianza. Se sintió abrumado ante su abuela, completamente avergonzado por haber estropeado su valiosa joya. Pero ella, en lugar de enfadarse, premió sus ansias de conocimiento con una sonrisa y una caricia en la frente. Y eso nunca lo olvidó. Cogió el reloj. Extrañamente, funcionaba.
Otra pieza más del puzle de su vida… Sentía tanta belleza y emoción al reconocer y tocar aquellos objetos entre sus dedos... ¿Qué ocurría? ¿Qué hacía que las cosas regresaran a él, intactas, removiendo su corazón con un viento de dulzura inenarrable?
Júpiter miraba a su dueño moviendo la cola, compartiendo la secreta y turbadora alegría de David. Pero como no podía contener tanta emoción contradictoria, decidió perseguir a la urraca que ya volvía a ponerse en marcha. Los dos lo hicieron, presintiendo que este juego tendría que llevarles a alguna parte.
Entonces lo vieron. Era absurdo, pero estaba allí:
A unos quince metros había un bazar enorme, de paredes de cristal, que dejaba ver infinidad de objetos, miles y miles de todas clases, ordenados en estanterías. Tomó sus prismáticos; cada objeto tenía una etiqueta colocada con una fecha. Reconoció su guitarra, su balón de fútbol, y hasta el reloj de su abuela Doris… Entonces, de una puerta salió la misma Doris con cara ilusionada, sosteniendo una flauta de madera sobre su pecho. Con ella aprendió música de pequeña. David, en pleno anonadamiento, comprendió que no lo veía. Quiso correr hacia ella, abrazarla, sentir toda la ternura de sus ojos bondadosos de nuevo sobre él… Pero algo indefinido lo frenó.
Luego aparecieron más personas, todas desconocidas, encontrando y llevando objetos de toda índole, conversando entre ellos, riendo, muy, muy alegres. De pronto, salieron por la puerta tres de ellos, la abuela Doris en el centro. Y ahora sí…, ella parecía mirarlo con mucha dulzura, reconociéndolo. La urraca fue a posarse delicadamente sobre el hombro de la abuela, muerta hacía ya cuarenta años.
En ese preciso instante sonó su teléfono. Era su mujer, preocupada por la tardanza. Él no podía articular palabra, tenía un nudo en la lengua y en el corazón. Colgó rápidamente, pues tuvo una súbita certeza. Retrocedió velozmente un par de metros hacia atrás. Júpiter, como una sombra, lo imitó. Y en el mismo segundo en que dio el último paso con su pie izquierdo, una inmensa piedra se desplomó de la rocosa pared lateral, interceptando el camino con su mole explosiva. Sólo dos metros le acaban de librar de la muerte. Impresionado, se quedó tieso como un árbol seco, casi sin respirar. Entonces Júpiter lanzó un largo aullido, y tras él un silencio absoluto envolvió a David; una quietud que parecía durar demasiado tiempo. Después los pájaros de los alrededores retomaron sus cantos sutiles y el viento recuperó sus paseos por las hojas, como si alguien, bruscamente hubiera pulsado el botón: “sonidos de la naturaleza”.
Observó la roca caída. No dio aviso, pensó. Se desgajó de la grieta horadada ocultamente a lo largo de años, siglos quizá. Su destino era caer sobre ellos. Miró al otro lado del camino, esquivando las enormes piedras fragmentadas. Había desaparecido el bazar. Todo era normal. Pero sintió el vuelo rasante de la urraca sobre sus cabezas: muy fino, muy bello, como si no pesara. Casi parecía una enorme mariposa blanca y negra.
Blanco y negro…, meditó. Los colores de las fichas, del tablero... El ave ahora volaba en la dirección contraria al siniestro; hacia el hogar donde su mujer le esperaba: hacia la vida.
¿Habría ganado la partida a la muerte?
No. Ella esperará su turno... Pero ahora sabía que la partida no terminaba; que el juego era más vasto y maravilloso que todo lo imaginado, y tocó con fuerza los objetos milagrosos que guardaba en su bolsillo.
***


Hola, Maite, un relato delicioso de leer, cuanta imaginación y magnética magia plasmando con una narrativa cristalina y poética los detalles tan peculiares y fantásticos que nos hacen estar también andando con David y Júpiter.
ResponderEliminarLas caminatas tienen ese dejo de ligereza álmica que son muy capaces de transportarnos a dimensiones desconocidas llenas de todo aquello que no supimos digerir en esta dimensión, o que nos marcó tanto, que viven como una caricia a nuestro lado sin que reparemos en ello.
Creo que tu idea es fantástica y pienso que todos tenemos en algún lugar ese bazar de las cosas que nos pertenecieron y han ido conformando el sendero de nuestro largo transitar.
La imagen del bazar es abrumadora (muy cargada de objetos), y tu la has convertido en algo tan minimalista y hermoso que cautiva, todo el relato tiene ese dejo de luz, amor, y belleza que da gusto leerlo. La urraca en vuelo luce serena y hermosa
El final nos deja con esa intriga producto del no saber qué pasará después, si la muerte lo sigue o si sus familiares muertos lo cuidan desde el más allá...
Me alegra haberme topado con esta entrega tan preciosa y delicada, apropiada para esta fecha próxima del dia de los santos y los muertos.
Un fuerte abrazo cósmico y mágico querida Maite.
Ay, Idalia... Mil gracias...
EliminarTe has topado, jaja :) Por aquí lo he puesto..., como es bastante largo y está recién hecho (quiero decir que no me ha dado tiempo a pulirlo y ni tan siquiera juzgar si es digno de ser publicado), no me he atrevido a colocarlo en Wordpress más abiertamente. Va para el Reto de Jasnect que es precisamente eso: un reto; una oportunidad de ejercitar las neuronas escritoriles y un desafío para la creatividad porque siempre nos pone temas dificilillos pero apasionantes. Es un crack, no dejes de pasar por allí y leer al anfritión, o si te inspira algún tema... apuntarte. Cada mes hay uno nuevo.
¡Me alegra mucho que te gustara! Ya te digo, más aún porque está caliente y es muy experimental.
Es cierto, las caminatas (y tú lo sabes bien...) despiertan esa conciencia más lúcida, ponen en orden las emociones, estimulan la creatividad, mejoran el ánimo... Son mágicas. Muchas ideas de mis cuentos se desarrollan en esas caminatas, o paseos pequeños; es como si el movimiento ordenara mi mente y despertara mis escasas luces, jaja. Es muy curioso.
Quién sabe si esas cosas ya perdidas u olvidadas andan por algún sitio... Sólo son objetos, es cierto, pero tienen el valor emocional que les damos y pueden despertar todo un mundo de sensaciones o recuerdos al volverlos a encontrar.
Me encanta que te gustara mi "minimalismo", jajaja.
El final... es estupendo que te dé esas dos posibilidades. Me gusta que así sea.
Yo sí que me alegro de que lo hayas leído, Idalia!!
Un Regalo que me haces; tu generosidad no tiene Límites!!
Besos a miles, queridísima :)
Justo cuando ya daba por canceladas mis visitas a Vedereto y que ya había leido todas sus historias me encuentro con este cuento. Me alegro de haber hecho una visita más. Me ha gustado muchísimo este cuento, como desde una situación normal se va adentrando en la fantasía que da al protagonista y a todos los lectores una lección que, por sabida, no hay que olvidar, aunque sepamos a quién corresponde el último movimiento la partida sigue...
ResponderEliminarUn saludo
Me alegras mucho a mí, Luferura. Tu visita y lectura del mensaje es todo un estímulo para seguir escribiendo.
EliminarMuchísimas gracias; en cuanto tenga un ratito voy a leer tu aporte (aun no me ha dado tiempo ha leer lo que se ha estado cociendo por allá! :)
Un saludo muy cordial
¡Mira qué bien, Maite! Más allá de la belleza poética y narrativa del relato, a la que ya nos tienes acostumbrados, me has dado coba por partida doble, y las dos me las has devuelto con el IVA de fantástica superación.
ResponderEliminarPrimero pensé que te habías olvidado del Bazar, o que, en un despliegue de tu genialidad, este se había convertido en la misma naturaleza, que siempre ofrece objetos bellos y especiales. Pero no, el Bazar apareció y se convirtió en una hermosura de paredes transparentes, para dejarnos ver los más bellos recuerdos del protagonista.
Además, durante el relato, fui creyendo que David estaba traspasando el Umbral de la vida a la muerte, todo parecía indicarlo. Pero como siempre, sabes darle un inteligente giro a la trama y lo salvas, in extremis, para avisar, a él y a nosotros, que aún hay tiempo de aprovechar los días que queden; saborear el futuro y dejar a un lado el pasado, por muy bello o nostálgico que nos resulte.
Otra preciosa fábula que nos traes por medio de tu amiga, la picaraza Urraca, para hacernos reflexionar y, por supuesto, disfrutar de la belleza de las palabras.
Muchísimas gracias, amiga. Por el regalo de tu participación en el VadeReto y por dejarnos saborear tu prosa poética.
Abrazo Grande.
A ver, a ver... Aquí poetas no hay solo una... Me hablas con comparaciones, metáforas, símiles de toda índole, divertidos y serios (jaja, el Iva...) Y no hay más que leerte para apreciar tu exquisita sensibilidad.
EliminarMe alegra haberte llevado por el buen camino, jaja. Sabes que el que escribe no tiene ni idea de si dirige al lector por donde él quiere, o se le escapa por ahí, jaja. Sí, iba derechito a la muerte, pero el destino no siempre se cumple, o al menos yo pienso que aunque todo se confabule para que algo se cumpla, el ser humano tiene la última palabra. Este hombre estaba muy habituado a jugar y a estudiar los movimientos del contrario...; la vida es un juego, y si sabes sus jugadas, puedes esquivarlas (suena fácil, jaja, pero ya sé que no lo es).
Me encanta cómo has sacado cantidad de lecciones de esta historia.
Y las urracas... me encantan... son unos de los animales más inteligentes, al nivel del chimpancé.
Un fortísimo abrazo, y Siempre Gracias amigo :)
Hola Maite, siempre es un placer leer tus relatos. Me ha gustado mucho la forma en la que narras esta "partida". Al final pensé que el hombre había muerto y no se daba cuenta, pero creo que es un acierto que lo hayas dejado vivo para seguir jugando al ajedrez y esperar ese momento final. Me gusta también ese atisbo que tuvo de ese desván, con todas las cosas que significaban algo para él, y las personas... ojalá así sea el final de la vida. Te felicito.
ResponderEliminarPara mí es otro placer leerte, tienes una imaginación grandiosa.
EliminarMe encanta que te gustara esta "partida" de ajedrez tan particular; ¿qué es la vida sino una partida continua sin vencedores ni perdedores?
Qué bueno que te gustara más que no estuviera muerto. Creo que en algunos países, no sé si de Sudamérica, la urraca simboliza el aviso de la muerte.
Y sí, ójala fuera así el final.. ¿quién sabe? La realidad siempre supera a la ficción
Un abrazo bien fuerte :)