RECOLECTANDO MAGIA PARA JASCNET
Siguiendo la propuesta de J. Antonio (jascnet) en su mundo de palabras mágicas donde invita a cada escritor a escribir un cuento desde una mansión (Acervo de Letrras ) he escrito este cuento dentro de otro cuento.
Ha salido algo largo debido a la introducción y necesario desenlace; espero que valga la pena vuestro tiempo.
Gracias por leer y comentar.
OCHO NIÑOS, UN CAMPANERO Y UNA POSADA
Me dijeron
que la posada estaría sólo a un kilómetro, sin embargo, lo que yo encontré no
fue la humilde hospedería que imaginaba, sino una gran mansión palaciega.
Como
tiritaba de frío y me dolían los pies con una saña congeladora que no perdonaba,
llamé a la puerta. Mis azulados dedos subieron a mi boca en señal de sorpresa.
Un mayordomo
alto, calvo y ciego me recibía.
Me hizo
pasar a una gran sala muy lujosa donde había ocho niños alrededor de una
chimenea.
—Bienvenida,
cuentista. Tendrás alojamiento y comida si alegras a estos niños con un cuento
—me indicó el mayordomo con el rostro ahora vivamente iluminado por el fuego de
la sala.
Debía de
estar muy extrañada y hasta asustada ante un intercambio tan insólito. Pero los
niños eran tan cordiales que enseguida me hicieron un hueco a su lado. Me sentía francamente bien.
Sonreí,
disimulando mi inseguridad. Entonces miré la nieve que caía sosegadamente a
través de los cristales. Los niños, ahora, me miraban a mí, expectantes. Me
senté, y una niña pequeñita, de unos cinco años, me acarició la mano como si me
conociera. Era tan cálida como el fuego más hermoso de todos los fuegos
posibles en un duro invierno. No tuve más remedio que buscar en mis mermados
bolsillos creativos algún dulce... por lo que empecé a narrar sin saber hacia
dónde dirigirme:
“Desde la
torre de una iglesia románica muy antigua, cuatro campanas hermanas miraban al
unísono los hilos descendentes de la lluvia.
—¿Es que las
campanas pueden ver? —me preguntó un niño de pestañas enormes.
Para estas
campanas sí era fácil verlo todo
—respondí—. Continúo:
“Bajo los
tejados del pueblo contemplaban las
charlas de sus habitantes alrededor de una mesa, e incluso sus risas desvaneciéndose sobre la humeante sopa caliente.
—¿Cayendo
sobre la sopa?, ¿sus risas?, ¿Cómo copitos de nieve?, dijo un niño de
dientecillos separados.
—Sí, algo
así, hasta que se derretían en la sopa, claro —los niños se rieron.—Pero a ver…,
dejadme seguir... Volviendo a las campanas…
“Las cuatro
hermanas de bronce podían sentir desde allá arriba el helor de las riadas
impetuosas recorriendo las calles empedradas y hasta el anhelo de un gato
aventurero deseando volver a casa.
Aquellas
cuatro amigas, cuyo origen se perdía en la espesura del tiempo, disfrutaban
volando con los gritos fugaces y rojos de los niños. También sabían del placer
de un vino compartido entre amigos, o de esa mano tierna, que aun con olor a
cebollas recién cortadas, mecía al bebé en la vieja y carcomida cunita —la chiquitina
volvió a tocarme. ¿Estaría ella inspirándome esta historia? Seguí, movida por
un deseo ardiente de tirar del misterioso hilo que me hacía hablar y hablar…
Al cesar
aquella lluvia tan pacífica, las campanas notaron la pálida caricia del sol
atravesando la espesura de sus ennegrecidos cuerpazos. Luego se durmieron con
la nana lejana de las aves del bosque.
Tras la
ventana empañada de una casa pobre, una mirada más húmeda que el agua que acababa
de caer, las contemplaba. Era el único que conocía el lenguaje de las entrañas
broncíneas.
El hombre
era el viejo campanero que estuvo tocándolas durante cuarenta años. Su vida
había trascurrido solitaria, sin descendencia, quizá inútil a ojos extraños,
pero plena de mensajes metálicos que había introducido en su alma casi como su
alimento diario.
Porque aquellos
sonidos de las cuatro hermanas eran mágicos…
Cada tañido que
emitían resonaba en las criaturas de su alrededor: las atravesaban literalmente,
devolviendo al campanero, como un eco, el elixir exquisito, la esencia y hasta
el sentido último de la vida de los seres. (Los niños comenzaron a abrir más
sus ojos inocentes.)
El hombre se
volvió cada vez más callado a medida que escuchaba las voces que salían de
aquellas cuatro gargantas, quedando sordo para el mundo.
Sólo hablaba
con ellas. Cuando tiraba de las cuerdas para hacerlas sonar, no podía oír nada,
pero sentía sus voces retumbando dentro de sí mismo, dejándole frases, incluso
historias enteras; las vidas de cada habitante del pueblo llegaba al interior
de aquel hombre a través de ellas, quisiera o no; las campanas observadoras lo
sabían todo de todos, y todo se lo contaban. Él, sabedor de todos los secretos
del pueblo, y sordo y mudo al final de su vida, ayudaba en todo lo posible a
quien podía. Era lo máximo que podía hacer tras sentir la inmensa
responsabilidad de su conocimiento.
Lloraba solo
y reía solo también, pero era feliz.
—El viejo
mudo, ¡qué agradable es! —se decían los vecinos.
—Sin hablar,
cómo acompaña su presencia, igual que un padre bueno. Y además, se anticipa a
nuestros deseos, como si nos conociera de toda la vida.
Realmente se
hizo amado aquel loco. Cuando daba las campanadas dominicales parecía bailar en
éxtasis, colgado de sus gruesas cuerdas.”
—¿Qué es
éxtasis? —preguntó una niña con trenzas pelirrojas.
—Es como si
estuvieras aquí, pero sin estar aquí —respondió otra que por lo visto ha leído
mucho ya.
“El día
anterior a la muerte del campanero llovía, como casi siempre. Pero, para
sorpresa de todos, esta vez la lluvia estaba coloreada de verde, depositando
por todas partes una melancolía líquida muy triste. El campanero estaba muy
enfermo, agonizante.
El tinte
verdoso solamente se borró cuando murió. Y en el mismo instante en que su alma
abandonó el viejo cuerpo, las campanas tocaron solas durante toda la noche,
para sorpresa y pavor de toda la gente.
No pararon
de tocar una campanada cada media hora, muy sombría y honda, como si llegara
del fondo de la tierra, estremeciendo el sueño de todo el pueblo.
El misterio
se prolongó en el entierro del campanero, pues esta vez quedaron totalmente mudas,
por más que se insistiera en tirar y sacar de ellas un sonido fúnebre.
Tras el entierro,
volvieron a sonar solas durante más de
quince días seguidos, cada noche. Y su sonido, casi desgarrado, casi humano,
alcanzaba los oídos de las gentes acostadas y pensativas en sus camas, y les
hacían llorar.
Hasta que
callaron definitivamente.
Desde
entonces nadie tuvo valor de devolverlas a la vida tirando de sus cuerdas.
Pensando que
traerían mala suerte, las cambiaron por una campana eléctrica, más acordes
también a la llegada al pueblo de la luz eléctrica.
Las enormes
cuatro campanas fueron fundidas dando una inmensa cantidad de bronce, que luego
fue vendido a un rico empresario de estatuas. Éste las transformó en lujosas
figuras para relojes. En total salieron más de treinta, cada una más fascinante
que la anterior.
Sin embargo,
el pueblo todavía era testigo de las campanadas, aunque luego las olvidara.
Una vez al
año, en noches de lluvia larga, insistente, y azul, en dirección al cementerio,
se escuchaban unas vagas campanadas. A continuación venía un denso y largo
silencio expectante. Y después, sólo la hierba húmeda notaba el paso profundo,
pesado, de figuras de bronce que bailaban en corro, solemnemente.
Y sólo el
prado sabía que, a cada vuelta, recitaban las historias de cada uno de los
vecinos que en ese momento soñaban.
Entonces, las
vacas de los alrededores mugían, los perros aullaban, y los habitantes del
pueblo interrumpían su sueño para rezar una pequeña oración por el campanero. Entonces
retornaba el silencio, esta vez más dulce y benévolo que nunca.
Acto seguido,
animales y hombres se volvían a dormir, sintiéndose extrañamente reconfortados.
Al día
siguiente olvidaban completamente el fenómeno de la noche anterior, pero eso
sí, con una asombrosa resonancia que parecía viajar de corazón en corazón.
Se miraban,
se sonreían, extrañados y cómplices al mismo tiempo de una dicha que les
recorría el alma hasta el punto de abrazarse sin tan siquiera saber el motivo.
Estaban
hermanados como nunca.
Y esto se
repetía cada año, cuando las cuatro campanas conmemoraban la muerte de su
querido campanero.”
—Y aquí
termina mi cuento…
La niñita
que me cogió la mano al principio de contar la historia estaba muy alegre,
aunque no hablaba. Alguien comentó que era muda.
La tomé en
brazos y la puse sobre mis rodillas. Al acercarse, noté en ella un aroma
profundo a tierra mojada, a pétalos frescos. En el cuello tenía un colgante muy
curioso:
Cuatro
campanitas de bronce.
Las hizo sonar agitándolas con sus deditos
mientras me sonreía. El fuego, a nuestro lado, comenzó a bailar frenético y
vital, como si un viento de rosas lo agitara.
Aquella
noche dormí diez horas de un tirón, como una niña.
Al salir de
la mansión la mañana siguiente, no quise hacer preguntas. Sentía que la magia
podía quebrarse de un momento a otro.
Los niños me
dijeron adiós mientras construían un muñeco de nieve. El mayordomo echaba grano
a una bandada de ocas hambrientas con un ensimismamiento casi devocional. Hasta
me parecía que el cielo se admiraba de su azul reflejado en las ventanas de
aquella mágica mansión…
Sí, todo era
perfectamente hermoso, como una burbuja enorme que debía ascender en armonía con
el mismo viento.
Era necesario que permaneciera así por siempre: inspiradora e intacta en toda su fantasía.
Escrito por Maite Sánchez Romero (Volarela) para Acervo de Letras




Pues claaaro que ha valido nuestro tiempo , porsupestísimo ! una de is preciosidades en letras, mi querida VOLVORETA ; )
ResponderEliminarQué entrañable la forma en la q interrumpes el cuento con las curiosidad de los pequeñajos q te acompañaban y qué mágico q la pequeña q al inicio acariciaba tu mano en realidad fuera mudita como el campanero ... toda la historia recorre un círculo perfecto con el hilo conductor del tañir de estas cuatro mágicas campanas q al traspasar su sonido a quienes las escuchaban se unu daban de satisfacción y felicidad ....Cómo si el campanero fuera una especie de Padre bueno, que cuidaba de todos sus vecinos con la mágica melodía de sus campanas ...absolutamente delicioso , muchísimas gracias..Eres como una hadita repartiendo polvos mágicos con los q nos dibujas sonrisas en el alma ...Espero q tenga muchísimo éxito tu precioso cuento, q disfrutes de un mágica Navidad con los tuyos y que sigamos encontrándonos frente a est inmensa y cálida chimenea blogosferica ; )
Un beso lleno de Tigo lo mucho y bueno a mereces y mus mejores deseos para estos días y siempre!
✨🎄✨🎄✨MUY MUY FELIZ NAVIDAD ✨🎄✨🎄✨🎄✨
😘😘🌷